Han sido muchos años como para no agradecérselo sinceramente. Desde agosto de 2000 hasta el pasado 8 de agosto, de lunes a viernes y a las 11, una trabajadora llegaba a nuestra casa para darme el Colacao, asearme y levantarme: vago que es uno. Los Servicios Sociales, a través de la empresa ASER, siempre cumplieron con lo que de ellos se esperaba. O casi siempre. Hasta hace unos días, ya digo. La razón, una de las contradicciones de la Ley de Dependencia. Pero simplezas aparte, manifestar que atrás quedaron horas y horas en compañía de Pili la nuestra, de Pili Pacios, de Ana, de Isabel, de Lourdes, de Juani. Sin olvidar a quienes cubrían sus ausencias y sus vacaciones, como Alma, Marisa, Dioni, Monse, Leni, María Jesús, Esperanza, Irene… Y, cómo no, recordar desde aquí a Ana Isabel la pequeña, a Manolita, a Lucía, a Ana Isabel la no tan pequeña, las encargadas en estos últimos meses de levantarme por la tarde: vago que sigue siendo uno también a esas horas. Y al practicante Ramón, todo un gran descubrimiento. Fueron no pocas las anécdotas, los chistes que nos hicieron llorar de risa, las buenas caras y las menos buenas, los sofocos en el baño, los problemas personales que me confiaron, así, como quien no quiere la cosa, las rencillas y trifulcas corporativas con que tuvimos que lidiar, las cagarnias. Coño, si me hubiese esmerado lo suficiente creo que hasta habría aprendido a pescar salmón desde la cama. Eso sí, que no se diga, jamás antes de las 11.