Un poema de Lugares

Lugares - Portada.FH11

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XXII

Quieren expresarse, se describen
los unos a los otros vicios
simultáneos que algunas tardes
fueron tenebrosos
y sabían a café igual que el desamor,
igual que la helada.
En Traslafuente había peligros.

Indagaban tu carne
para encender aguzos con ella.
Los labios añiles, desangelado
el amor y el espía que corre
para delatarlo a la hermana
y que cumpla el infierno.
No vayas muy lejos, que su piel
reproduce el espanto
tan bien como ayer, si fuiste
tenaz sorbe ahora su orina
y alivia la sed del gigante.

Trapos viejos para abandonar
mientras sueñas la vida,
nada de cuanto padeció podrá ser
evocado y no serás tú,
arpía espeluznante
o niño que se burla, el que lee
en su rostro aguado por la sal
la novela y el dolor.

Noches desiguales, piernas
desiguales, aclárame la voz
con esas fresas.

Espetaban en la tierra forcas
y que nadie obtuviera el perdón.

Si quisieras regresar te cambiarían
de buen grado los cromos,
habría más caricias con ella
en el poyo de Pedro.
Para qué, si no, tantas
palabras.

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De «Lugares», Ediciones Hontanar, Ponferrada 2011

Lugares con Velpister

Lugares - Portada.FH11

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XIV

Murias para abarcar la mueca
fugaz del horizonte.
Contaba estar apesadumbrado,
el fuerte dolor que hunde
su manita en el alcohol de romero
tan frío.
Un niño que entra con su cabás
reciente a la caza
de su fiel espectro.
En los pinos acaecerán aventuras,
la ardilla no se dejará hoy coger
tampoco, hay leña seca esperando.

Murias de piedra,
de esa piedra incómoda
que ha servido para reconstruir
los parajes y desobedecer ligaduras
siquiera arrullando la proximidad
de la agonía, o escupiendo a solas.
Los buhoneros,
con su frondosa voz del orujo.
El niño se disculpa y es vapuleado
ante la pared con dibujos de teja,
dice que ya basta, dice
que no es verdad que fuera él
el abatido.

Murias donde encerrar la inocencia
o, si no, la desnudez que hubo
y los labios excesivos.
Es la barbaridad que asoma
su embozo y se desvanece.
En la era de Cadenas un sinfín
de pedos de lobo, flores de azafrán
y abrazos al ganador,
un beso con lengua y ahora sí,
todo apuntará a lo perdurable.

Murias que respetan el embuste,
el collar de agavanzas,
la diferencia contigo
que no estás.

 

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Poemas frondosos, llenos de imágenes, de lo que pueden ser recuerdos o sueños, de referencias geográficas y biográficas. Conserva el drama de la poesía de Rabanal, pero quizás me ha parecido éste más oscuro que su Fantasía del cuerpo postrado, donde encontré más, puede que no motivos, pero ideas/imágenes positivas y vitales, dentro del dolor que el título del libro ya nos adelanta. Nada tiene que ver este libro con aquél, claro está, pero se asemejan en la cantidad de imágenes duras y descarnadas que nos ofrece. Éste lo encuentro lleno de fantasmas, de espectros, del hombre del saco, de niños y adultos asustados. No puedo evitar encontrar, de todos modos, siempre que leo a Luis, luces, a pesar de la aparente oscuridad de los poemas, no diría optimismo, no creo, pero sin duda, vitalismo, no sé si amor por la vida en sentido estricto, pero vida inevitable, arte, expresión y pura poesía. Un libro para leer y releer, con calma, disfrutando cada verso como cada verso merece.

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Aquí. Gracias, Peter.

Poetas siglo XXI antología poesía mundial

 

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IX

Ella pensaba que las provenientes
del Sardón eran las peores, arroyos
que bajan con furia hasta el comercio
de los de Miguel,
granizos como puños
en el huerto de habas verdes de Mimi.
Ella pensaba que no podrías marcharte.

Al atardecer, en Valdeluna,
se murmuran las lascivas palabras,
te arrancaré de cuajo si me dejas
los brazos.
Ella objetaba multitud de vaticinios
al amor, separarás mis muslos,
te adentrarás en mí y no estaré más
contigo, vas a multiplicar en mi cuerpo
la congoja,
el placer y el dislate.
Tempestades que envuelven
al alamar y al ñubero lloroso.

El castillo en ruinas
y su desconsolada princesa,
ninguno como tú para con nardos
lamer sus salivas y por fin extinguirse.
Sería una vicisitud minuciosa
o, de vuelta a casa, la enorme aparición.
Variaba el color de sus cabellos,
sin ropas
y quemando sin cesar.

Días y días tachados
de la agenda de un dios imbécil.

Dentro de su boca habitaba la lluvia,
serías el último en andar
y el fuego ardía en los pajares
o era en tu pecho y su pecho,
como embaucadores
que adoptan la inenarrable cintura
de lo comprensible para destruir
la irrealidad y hacerle pucheros.
Tempestades hermosas…

En la linde cocos de luz
para esclarecer la tiniebla.

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Si quieres seguir leyendo, aquí. Gracias, Fernando.

Lugares y Música para torpes con Elías Gorostiaga

De amores que van y vienen

De amores que van y vienen tú encima yo debajo tú arriba yo payaso
De amores que siempre vienen (M. NICIEZA)
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LMR se ha liberado del cuerpo pero nota como le pesa el alma y en esa pérdida ha ganado luz. Hace un tiempo me envió generosamente su poemario Lugares que imprimí y encuaderné con dos grapas. Se editó el 6 de julio de 2011 y ese es el final, porque el principio del tiempo para el que escribe poesía es siempre impreciso y siempre es doloroso. Lugares, es un testamento con veintidós poemas en el que hay un cuerpo que se va deshaciendo y un espíritu que va tomando forma, solo se ve si centras mucho tu atención, si te concentras, si eres capaz de perder el dolor, el peso, el calor, la humedad, la adicción, la sed y entras en ese estado en el que reposan los africanos mientras esperan el tren, mientras esperan que se llene el autobús para un viaje largo, o cuando esperan en el mercado que alguien compre su producto.

Y el viaje empieza en Montecorral, sin moverte, como una columna de piedra dentro de un jardín, y con la espalda cubierta de líquenes, pero entre esa maleza puedes recordar, puedes ver y sabes que ese, ya es un territorio onírico, el terreno que une la memoria de LMR, una memoria que también tiene mucha niebla.
Y el viaje es Olleir, un lugar que ya no existe y es tan real en la imaginación del poeta como lo es la memoria de un álbum, un lugar en el que los cuentos antiguos caen a tu paso como losas de pizarra

“No mirabas atrás no fuera a ser
que el tiempo incumpliese contigo
su acomodo o que la noche te tizne
la palma de las manos
con un hollín sucinto
semejante a la desolación.”

Escritura precisa, a veces te arranca dentelladas de carne y otras falsamente suave, todo lo suave que puede ser una cuchilla de afeitar sobre el cuello, mientras suplica y te culpa de un dolor “Dime que no fue en balde,/ una estación tras otra sin el cielo/ azul y sin el olor de las lilas, dime/ que fuiste tú quien suplía el afecto/ con manos destrozadas por el desdén y la cal.” Y otras muchas veces quieres y no sabes por qué esos paisajes, esos recuerdos encierran forcas, peligros, palabras espeluznantes, trapos viejos para abandonar, lástima y arañazos constantes, manteniendo en todo una cordura inexplicable, la cordura que solo puede producir el amor.

Con esta poesía no puedes tener prisa y no puedes fallar, hay que resignarse y esperar a que te abra esa puerta (en la que muchas veces esperas sin resultado, como un huérfano helado de frío), por la que hay que entrar a un mundo que unas veces es accesible y otras muchas imposible, un mundo vedado, como los cotos de caza muy vigilados, de donde es difícil entrar y difícil salir, sin arañarse.

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“Resulta enojoso acordarse de ti/ por la noche, cuando no/ puedes respirar.”

Hoy estoy de nuevo con el último libro de este poeta leonés, que vive dentro de una piedra blanda, inerte, que respira y duele, que ha ido esculpiéndose en versos, de dentro a fuera, como se esculpieron las montañas, desde tan adentro que no sabes calibrar la profundidad de esa sima, pero notas la llamada. El último libro se titula Música para torpes, lo forman veintiún poemas y a ellos se asoma de nuevo un paisaje y una nostalgia parecidos y parecido es este otro Montecorral que aquí aparece.

Este es un libro más complejo, encierra otros pesares y esa sima que antes parecía tan profunda ahora es insondable, siempre y cuando tú mismo lo seas porque de repente el hermetismo se hace líquido, como un manantial en medio de un bosque, como una confesión. Pero el tono cambia, como se cambia de humor y de repente ajusta el paso de rosca y a alguien le ajusta cuentas, unas cuentas muy personales,

“Los dos coincidimos en que era
un estupendo susto la vida”

o quizá me equivoco y es esa voz femenina la que le está ajustando al poeta las cuentas, unas cuentas de las que nadie sale bien parado, o son todos contra todos, como un sin dios, como un puto torbellino que te atropella y te hace volar lejos de todos y de todo.

“Es verdad que hay caminos que no conducen
a ningún territorio transitable y posible”

Ninguno y todos, todos estos terrenos terminan manchándome los zapatos, tengo que dejar pasar el tiempo y volver a leer este ramo de lirios del valle, antes de que sea demasiado viejo para aprender.

Me gustan palabras como almagre, gatiñas, desnevios, un salguero caído, ferrerina, collar de agavanzas, ñubero, y también Olleir versus Riello.

Una cosa más: de la memoria que dejan estas frases, bebemos durante años los escritores estériles de novelas, los que creemos saber algo y nos ponemos en el lugar de nuestros personajes y perdonamos, culpables y vanidosos, como el más culpable de los hijos de puta. Perdonadme, pero el camarada no sale ya de casa, ahora tiene que seguir leyendo dieciocho libros más de este poeta que se llama Luis Miguel Rabanal

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Gracias, Elías.

Lugares en La juventud del otro

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Leer a Luis Miguel Rabanal debería ser asignatura obligatoria en los institutos y sus libros venir subrayados enteros de serie. El placer de dejarse llevar por la belleza de sus versos tiene un caro peaje: sufres inevitablemente el síndrome de Stendhal.
Pero es una belleza extraña la poesía del leonés, pues sus «palabras traicionan con su ternura y su pánico».
No esperes una poesía fácil de patadón y tentetieso que llega al corazón con la claridad de los poetas «modernos» que se alejan de la lírica y desnudan los versos al máximo, no. Luis Miguel hace una poesía de vanguardia, aunque esteta, da en el fondo el mismo valor al qué dice tanto al cómo. Porque en el fondo, es una poesía de lo cotidiano, pero no deja jugar en el barro a sus versos, no ensucia la poesía. Él está en el meollo de la vida pero observa las manchas en las manos ajenas para contarlo en primera persona mejor que nadie.
Un caso extraño y único, como Bechkam, cuya camiseta, al acabar un partido en el cual había corrido como el que más, seguía oliendo a perfume. Y del caro.

He leído seguidos dos poemarios suyos: Lugares (Ediciones Hontanar) y Fantasía del cuerpo postrado (Libros de Camparredonda) Aparte de La casa vieja anteriormente.
Se me antoja muy difícil hablar de sus libros, son para disfrutarlos y no intentar en vano destriparlos.
Lugares es un recorrido por los paisajes de su niñez. Fantasía es una edición preciosista a la altura de los más grandes solamente, con las ilustraciones del poeta Juan Carlos Mestre llenas de color, necesarias para amortiguar el dolor que arrastran los poemas.

Dejo un poema de Lugares:

XIII

Han sido palabras que hace daño
admitir, suben a tu habitación
con el fin de producirte lástima
o hieren de manera graciosa tu carne
de niño espantado.
Confiabas en la sombra que estruja
el dolorido cuerpo del enfermo
para verlo padecer,
palabras por doquier con que elogiar
la falta de grandeza.

A pocos minutos, Rinconedo
y su chubasco incansable.
La calleja con moñicas
del invierno atropellado y pretérito,
nombres de personas que jamás
existieron, como el tuyo.
Resulta enojoso acordarse de ti
por la noche, cuando no
puedes respirar.
Chicas al atardecer
y en el Lavadero sus pecados
livianos, blancos chorritos
en la piedra de musgo,
cada año los hijos imposibles
secándose en la bruma.

Dime que no fue en balde,
una estación tras otra sin el cielo
azul y sin el olor de las lilas, dime
que fuiste tú quien suplía el afecto
con manos destrozadas
por el desdén y la cal.
Nunca lo apuntará
sobre un papel cualquiera.

El milano no entiende.
Ha vuelto a ocurrir y se encoge
tu ánimo al escuchar el sonido,
sobres granulados para el sueño
y también para la muerte.

La lluvia te abofetea,
recorre la misma galería.

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Gracias, Jorge.

Cumpleaños de Lugares

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Como no hay velitas, valdrá un poema…

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VIII
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Completada la cena, el visitante
se despide.
Miseria de noviembre:
el vapor inexorable de las lumbres
se mitiga, sería necesario marchar
deprisa pues acechan
tus pasos los perros
para herirte mucho si abandonas.

A menudo caen del tejado losas
de pizarra
igual que cuentos antiguos,
es como si retornara la niña muerta
a jugar a las bolas y al aro.
El que siempre se ha roto,
el destemplado y grave.
No mirabas atrás no fuera a ser
que el tiempo incumpliese contigo
su acomodo o que la noche te tizne
la palma de las manos
con un hollín sucinto
semejante a la desolación.

Nadie vigilará mientras el vendaval
arrecia, tu hijo está dormido
y no suena la música que ella amaba,
te mereces la frialdad que ocurre
en Valdeollas.
Nadie se hará cargo de tu nostalgia,
vas a morir de lástima por poco
que te apliques.

Cosas que velar,
es bueno permitirles a los otros
golpear con cólera tu cuerpo,
se empapa mejor el hastío
y niegas su nombre.
El embuste
comienza a ser disparatado,
se enturbia la voz:

el zapato de charol levemente
incorrupto, para colmo,
de Aurina.

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Lugares en Insólitos

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XIII

Han sido palabras que hace daño
admitir, suben a tu habitación
con el fin de producirte lástima
o hieren de manera graciosa tu carne
de niño espantado.
Confiabas en la sombra que estruja
el dolorido cuerpo del enfermo
para verlo padecer,
palabras por doquier con que elogiar
la falta de grandeza.

A pocos minutos, Rinconedo
y su chubasco incansable.
La calleja con moñicas
del invierno atropellado y pretérito,
nombres de personas que jamás
existieron, como el tuyo.
Resulta enojoso acordarse de ti
por la noche, cuando no
puedes respirar.
Chicas al atardecer
y en el Lavadero sus pecados
livianos, blancos chorritos
en la piedra de musgo,
cada año los hijos imposibles
secándose en la bruma.

Dime que no fue en balde,
una estación tras otra sin el cielo
azul y sin el olor de las lilas, dime
que fuiste tú quien suplía el afecto
con manos destrozadas
por el desdén y la cal.
Nunca lo apuntará
sobre un papel cualquiera.

El milano no entiende.
Ha vuelto a ocurrir y se encoge
tu ánimo al escuchar el sonido,
sobres granulados para el sueño
y también para la muerte.

La lluvia te abofetea,
recorre la misma galería.

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Gracias, Joaquín.
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Lugares en Crónicas para decorar un vacío 2

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VII

A veces lo has ansiado exageradamente
y te conformas con volver a imaginar
el sitio donde estabas,
la edad verdadera de cuanto perdiste.
Amabas un cuerpo atisbando
desde Las Fuequinas la tarde.

En la distancia ella te informa
de que las nevadas no cubren aún,
no hay torva como cuando eras
pequeño, casi cincuenta años de amor
y cincuenta años de olvido.
A veces has ansiado la muerte.
Doblas tus dedos para que nada
malo les suceda
fuera de la inmensa soledad.

Abusa de ti la memoria, no ceja
en su obstinación de negarte
el mínimo consuelo que producen
las cosas consumadas: juguetes
con óxido, un beso infrecuente,
muchachas entristecidas por tu causa.
Si quieres mirarlos
van paseando al Ariego sin hablar,
él cuenta que un mastín
lleva muerto varios días
frente a La Utrera y ni da olor
de tanto frío como hace.

Crees saberlo.
Escenas recogidas en el álbum
impertinente, los hermanos de nuevo
se han tenido que ir, quien te amó
declina ahora su aprecio
desde la indiferencia extremada,
pobre de ti.
También le escuecen hoy al amanecer
los ojos al añorar pecados, bah.
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Gracias, Alfonso.

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Lugares en Filandón

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Aguas que escuchas fluir / JOSÉ ENRIQUE MARTÍNEZ

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Tras Mortajas (2009) y Fantasía del cuerpo postrado (2010) (dolor, soledad, tristeza y muerte), Luis Miguel reaparece con un nuevo poemario, Lugares. Aquí, el poeta asume «convertirse en un mí enmascarado», en cita que abre el libro. Es la máscara del tú, en realidad («Nadie te recuerda») o de una tercera persona («Lo dice el que menos recuerda»), trasuntos de la primera persona, máscaras del sujeto para objetivar una imagen, una evocación, un sentimiento, una vivencia, relámpagos del ayer atados a determinados Lugares. Estos distintos lugares van pautando el poemario, dando concreción a lo que acaso, si no, fuera más o menos evanescente. Estos lugares tienen un centro, ya mitificado por la poesía toda de Luis Miguel Rabanal: Olleir, anagrama de Riello, donde nació el poeta, donde vivió infancia y juventud y donde tiene ya calle con su nombre. Olleir se ha convertido en vivero de la memoria herida, acaso cicatrizada. Los lugares componen lo que se llama una toponimia menor y son, indudablemente, los recorridos por el niño que alzan estos poemas, aquellos que en la memoria del poeta siguen despertando miedos o fulgores y que para el lector común son sugestivos en sí mismos: la lluvia sobre Montecorral, la luz negra del Valle de Barreras, la primera caricia en La Cerra, la añoranza de las Fuequinas, el amor en Valdeluna, los peligros de Traslafuente, etc., etc.

Rabanal, poeta, no se reduce a lo anecdótico, sin embargo. El recuerdo, tal vez desvaído, la anécdota o la escena están, indudablemente, en el origen del poema, pero sólo interesa el vislumbre («Un niño que entra con su cabás»…) y el presentimiento, la imagen para levantar el vuelo lírico. Todo aparece en fragmentos que el lector no necesita recomponer; también él puede activar recuerdos de la «edad difusa», sorprenderlos entre la niebla; se poetizan los recovecos de la memoria, la conciencia de ser extraño o extranjero en el posible retorno, el transcurrir temporal, los procesos de desarraigo y reconocimiento, la identidad borrada («el que carece de nombre»), el secreto de-sasosegante (los ajusticiados en la Curva de la Muerte), la derrota vital, visible en el rostro que pronuncia «no debes volver… Nadie te recuerda» o «al volver, ya no existe Olleir», los primeros (sin)sabores del amor (reaparece Obdulia, hito y mito rabanaliano), el dolor físico y las palabras que hieren…

En todo caso, la que obra en el poemario es una memoria no plácida, no consoladora, porque la visión de la niñez está mediatizada por el adulto que selecciona, matiza y reconstruye: «Apenas creerás lo que entonces creías». El tiempo no es indiferente: borra, deforma, dulcifica y envilece o zahiere. Y el motivo central del poemario, que no es otro que el retorno posible y temeroso, se resuelve finalmente como regreso en la memoria y su concreción en la escritura.
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Lugares con Gsús Bonilla

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XXI

Le nacen al tiempo arenas
movedizas que el hombre disfruta.
Si mendigase volver, si conservara
los brazos aún para dárselos al hijo
o manos ateridas para herirse
con las flores sobrantes
de la acacia.

Ha acordado jamás tener que omitir
letras con que alimentar la espera,
líneas de escritura
para extraviarse a capricho.
Únicamente gritar las palabras.

Noches de insomnio, cuerpos
encerrados.
En Las Sepulturas habrá hierbas
pisadas, animales del duelo
que abrevan allí donde enternece
pensarlo, habrá lágrimas también
y calas para los que marcharon.
Él sabe acertar con las cosas
que faltan y el lugar que tuvieron.

Camina lentamente y hace frío
y se da la vuelta a mirar.

Ahora cree haberlo entendido cerca
del humo de las casas, sin testigos
y sin luz, en el cuarto
donde lo guareció la avaricia.
Finge que se asoma y el hombre
recuerda su paso por la calle de Atrás,
escucha todavía el clamor
que pronuncia el arrepentimiento
cuando lo aterra y lo llena de polvo.

Es probable que la pared se agriete.
Morir para esto, le refiere B., cerrar
los párpados para no recobrar
la lucidez y aprender las lecciones,

exigua clarividencia.

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NOTA: “apropiarse de los atributos de otros” es parte de la cita con la que luis miguel rabanal abre este libro y, que me da a mí, sustraída con nocturnidad y alevosía a su autora, mª jesús romero, también conocida, en la virtualidad de este mundo, como alfaro. cada vez que luís se arranca con un poemario tiemblo, y, no de frío precisamente: el escalofrío viene a ser, de nuevo, por esa emoción intensa que produce su palabra. en “lugares” me ha pasado, además, una cosa inédita, después de su lectura, para mí …sí, lo intento, pero no recuerdo que me haya pasado con otros textos suyos algo así, y me sorprendo, más si cabe cuando su extensa obra, con una voz particular y reconocible, no es como para vivir una nueva experiencia cada día, al gusto…luis tiene la sana y, en la misma proporción, inteligente costumbre de indicarnos el camino, como perro viejo y sabio que es; otros sin embargo, tenemos el equivocado hábito de alzar la pata, sacar la picha y orinar donde se nos ponga, o, dicho de otro modo, vamos marcando territorios a lo tonto cuando lo importante no es la superficie sino la vereda que confluye. la cosa es que imaginé, posiblemente por el poema que posteo más arriba, al poeta cincel en mano, exactamente en la izquierda, obviamente el mazo en la que quedaba libre. el asunto inolvidable era un tremendo corazón de piedra, supongo que el del lector, y entiendo que el mío (lo deduzco porque esta visión es exclusiva y es a mí a quién pertenece), aquel pedrolo estaba en medio de una enorme habitación desamparada de cualquier otro objeto -en este punto cabe el detalle de que estaba muy mal iluminada- como lo suele estar la nostalgia. el poeta cincelaba, con saña; poco después lo hacía con rabia y aquello, entonces, no era cincelar; punzaba, ofendido, y, el corazón duro, de pura lógica, terminaba sin remedio quebrándose. sostengo que el poeta salía ileso de aquel espacio, sin embargo, me resulta borroso, o, no recuerdo bien (como se sabe la memoria es selectiva, también algo caprichosa) lo que le sucedía al lector, pero lo que es seguro y no puedo olvidar, por la claridad de la imagen, es el tamaño de cada uno de los trozos que en el extenso suelo reposaban solemnes y sobre todo, sobre todo, el ruido del hostiazo que sigue atronando mis oídos.

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Gracias, Jesús.
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Lugares en Voz y mirada

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En el nombre del nombre, MARÍA GARCÍA ESPERÓN

La palabra de Luis Miguel Rabanal discurre en su último libro, «Lugares», por entre las seguridades e incertidumbres de un mapa irisado de nombres de belleza sorprendente. Nombres cotidianos de la geografía española, de ir al mercado o tomar el tren, de verse con el amigo o perderse una cita,  pero que en el contexto que Rabanal urde adquieren connotaciones metafísicas. Metafísicas y encarnadas. En este texto surcado por espasmos eléctricos, el lugar tiene sus raíces en el cuerpo y viceversa, topología humanizada sin misericordia.

En Las Calandras la niña / se aferra a la vergüenza por fin / y agradece el desdén y el exceso / que se posesionan de sus ingles, / sin término medio.

Si eso ocurre en Las Calandras, en El Pedazo la soledad se apiada de ese tú que somos todos:

Sin tardanza comparecía / a dar la lata la soledad, / se apiadaba de ti desde El Pedazo, / se aferraba a tu cuello y que el mayor sortilegio terminase / en tus venas.

En La Carcabén se dan cita las pesadillas y Prinderos era el mundo que sobraba, la primera caricia se yergue en La Cerra (¡la Cerra!) y los niños de Filucha se esconden en las cocheras viejas. Sobre Montecorral las brasas, dice el poeta y su voz ya no es su voz, sino la misteriosa del lenguaje que nos tiene manando de su murmurante memoria.

Para qué, si no, tantas / palabras.

Tal vez, para devolvernos la maravilla de las palabras, de esos nombres de lugares gastados como piedras, que al contacto con el agua viva de la poesía de Rabanal emergen aturdidos de origen:

Finge que se asoma y el hombre / recuerda su paso por la calle de Atrás, / escucha todavía el clamor / que pronuncia el arrepentimiento / cuando lo aterra y lo llena de polvo.

La toma de conciencia poética que nos propone Rabanal le ha dado la vuelta a la llave de las palabras. Motín de la etimología, tierra que aterra, polvo que emerge de las letras y nos llena la boca arrepentida, palabras que son nombres y lugares y que surcan el río del texto como dioses desencadenados: Traslafuente, Valdeluna, Oterico, Olleir, Valdaldón…

Volver a llamar por su nombre / al cansancio. / Volver a llamar por su nombre / temido al amor, con su manera / de andar despavorida y tierna…

Qué inagotable riqueza es capaz de ver este poeta por donde todos pasan, por donde todos son, por donde nadie se detiene a paladear la sonoridad del nombre, su efecto sobre el cuerpo y sobre el alma, la poesía que en este momento y en todos atraviesa alguna calle, se recarga toda agua en el brocal de alguna fuente seca y que, incansable, nos sueña.  O acaso esa riqueza, esos lugares y esas sus palabras han emanado todos del poeta, de Luis Miguel Rabanal capaz de ser fuente de mundo en el nombre del nombre. .

Lugares en El Comercio

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Lugares, Francisco Álvarez Velasco

Lugareños somos, o fuimos, los naturales de un lugar o sus habitantes. Así los definía la primera entrada en el Diccionario de la RAE. «Lugareño. El natural de algún lugar, el que habita en un lugar o pueblo pequeño. Úsase también como sustantivo. ‘Rusticus’». Un lugar, en tal sentido, es suma de lugares, más abundantes en tierras de minifundio, -prados, huertas, montes, bosques, fuentes, arroyos, caminos.-, cada uno con su viejo nombre propio que perdura mientras haya lugareños que lo «vivan». El urbanita, en cambio, no habita un lugar, sino un espacio que en vez de «lugares» se compone de avenidas, calles, plazas., que cambian su trazado, su imagen y hasta sus nombres. ¿Dónde está, por ejemplo, en Gijón, el río Cutis, que corría al lado del edificio en que escribo estas líneas? Los lugareños igualmente transforman los lugares, pero domesticando la Naturaleza de un modo sostenible, como se dice ahora. También, sentimentalmente desde su memoria selectiva cuando los abandonan: «Lo que sabemos de los lugares es nuestra coincidencia con ellos durante un cierto tiempo en el espacio donde se encuentran». La frase de Saramago se refiere a Lisboa, pero parece que dice más si se aplica a los lugareños.
El poeta Luis Miguel Rabanal, que fue lugareño en Riello, acaba de publicar el libro ‘Lugares’, veintidós poemas llenos de tensión y verdad poéticas. Los ha escrito en Avilés, en su sillón de tetrapléjico, con un programa de voz, como viene escribiendo desde hace más de diez años. Riello, en la Omaña leonesa -«Olleir» en su poesía-, y sus lugares fue el espacio de su infancia y de andanzas, aventuras y desventuras en el aprendizaje del azar de su vivir. Me acaba de escribir que suele hacer a diario ejercicios de añoranza «cada dos por tres, uno de mañana y otro de tarde como mínimo». Son viajes a su propia geografía sentimental: Viajes, sí, porque «para viajar basta existir», escribía otro poeta portugués.
El poeta lamenta que muchos de los habitantes de Riello desconozcan los nombres de esos lugares. Él se los sabe todos y, así, nos ofrece una rica y hermosa toponimia, donde predomina la denotación de una tierra de valles y montes y caminos: Valdeluna, Valcarce, Valdaldón, Valdeollas, Valle Barreras, La Cerra, La Collada, Sardón, Oterico, La Cañada. Nombres que quedarán para siempre en sus lectores porque han sido pronunciados por el poeta desde una memoria abierta de par en par: «Desde Oterico a Socil / se ceñirá tu universo a los senderos / que cicatrizan para siempre / y de par en par la memoria». Termino siguiendo la cita de Saramago: «El lugar estaba allí, la persona apareció, después la persona partió, el lugar continuó, el lugar había hecho la persona, la persona había transformado el lugar».

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Lugares en Fisiología de lo cotidiano

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Lugares y más lugares

Adentrarse en él es casi toda una osadía. Lugares que te envuelven y desvinculan de tu cuerpo, lugares que alienan y metamorfosean los sentidos. Un poemario antropófago y natural, lleno de contrastes como toda la poesía de Luis Miguel Rabanal.

El desasosiego, la calma… Espeluznante y cierto, en ello consiste la rotundidad del yo poético en Lugares. El descanso y la transición, la fiereza de los lugares.

Luis Miguel Rabanal vuelve a ilusionarnos, a nublarnos con su poesía. Nos ofrece, de nuevo, un trozo más de Olleir, un trozo de su memoria. Lugares es su nuevo poemario.

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Para leer más, aquí. Gracias, Jorge.

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Lugares en Escrito en el viento

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VII

A veces lo has ansiado exageradamente
y te conformas con volver a imaginar
el sitio donde estabas,
la edad verdadera de cuanto perdiste.
Amabas un cuerpo atisbando
desde Las Fuequinas la tarde.

En la distancia ella te informa
de que las nevadas no cubren aún,
no hay torva como cuando eras
pequeño, casi cincuenta años de amor
y cincuenta años de olvido.
A veces has ansiado la muerte.
Doblas tus dedos para que nada
malo les suceda
fuera de la inmensa soledad.

Abusa de ti la memoria, no ceja
en su obstinación de negarte
el mínimo consuelo que producen
las cosas consumadas: juguetes
con óxido, un beso infrecuente,
muchachas entristecidas por tu causa.
Si quieres mirarlos
van paseando al Ariego sin hablar,
él cuenta que un mastín
lleva muerto varios días
frente a La Utrera y ni da olor
de tanto frío como hace.

Crees saberlo.
Escenas recogidas en el álbum
impertinente, los hermanos de nuevo
se han tenido que ir, quien te amó
declina ahora su aprecio
desde la indiferencia extremada,
pobre de ti.
También le escuecen hoy al amanecer
los ojos al añorar pecados, bah.

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Gracias, José Ángel.
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