22 de mayo

eulogio escaneado

Qué decirle cuando, en la calle, me interpele por mi retrospectiva de rufián. Qué ofrecerle cuando me siga hasta el tugurio de Andrés el Temerario y allí mismo me confiese soy tuya, amor. Presumo que ya no valgo para tejer y destejer el tiempo con empeño casi casi bárbaro. Este sopor me postra como una idiota marioneta. Dondequiera vaginas a buen precio, bocas más rojas aún que el hastío, cuerpos tan bien desalentados que se asemejan a resbaladizas papeleras caídas en la noche de los sábados. Todo deseo es, en irrefutables pegajosidades, literatura…

Los actos más puros son los que acaecen desde la lejanía, cuando miramos con circunspección las piezas del puzzle y no reconocemos en ellas nuestro signo, las huellas de ese crimen que fue nuestra juventud, el episodio en que por mediación de un botarate no perdimos la vida de milagro. O lo que es lo mismo, nos fiaremos de quienes nos recuerdan sentados a la sombra de una acacia, en junio, y éramos nosotros. Pero lo verosímil es dejar hacer y deshacer al tiempo. Aunque desde aquí, desde la mesa sucia en la que escribo, la existencia se ve peor de lo que pensaba, por las calles, o eran coles, de Bruselas, con A. de mi brazo y los cigarros fétidos y el amor hecho brutalmente de pie, porque ella no quería acostarse en ningún lado y yo la amaba con locura. Ahora estoy solo y de nada me sirve el consuelo de haber vivido mucho. Son consideraciones aberrantes con las que podremos sobrevivir un día más, y el asco a veces de tal supervivencia me perjudica más que las mezclas de alcohol y mala leche y el Lioresal para tantos calambritos. Menudo apaño la casa que un día le adquirí a Carles B. para que se cobijasen las chicas. Pienso en él y me apesadumbra su muerte, dos años atrás, como si con un error todo hubiera terminado. Los amigos, qué tontería los amigos: los tienes y son titiriteros de su propia necesidad para contigo. Y si no los tienes, que se jodan.

Vino con su ropa la muchacha nueva y fui blando, por su carita hermosa y su entrepierna mansa. Una más en la familia. Se llamará a partir de ahora Betty, que es un nombre etéreo, o por lo menos de puta muy etérea. Está de acuerdo en líneas generales y me alegró un tanto la velada. Con dos de azúcar… Yo conocí Cambados de niño, le dije, y se echó a llorar.

Entrevista en el blog Fisiología de lo cotidiano

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LUIS MIGUEL RABANAL. LA BUENA POESÍA.
Por Jorge Herrería Franco

«De un solo amanecer se ha de reconstruir la infancia» LMR.

Olleir es un lugar donde todas las cosas devienen como consecuencia natural del tiempo. Como consecuencia también de sí mismo, Olleir –o mejor dicho, Riello- se convierte en la tierra natal de nuestro querido poeta Luis Miguel Rabanal, y no solo en su tierra natal, sino en sus paisajes más evocadores, un lugar donde la inspiración no se disfraza ni se anda con medias tintas, como Luis Miguel, y la ubicuidad del silencio se concentra solamente en los puntos y aparte.

En Riello, León, nace Rabanal un 20 de marzo en 1957. Su espíritu inquieto y su alma inconformista lo llevan a querer prender fuego, al menos eso confiesa, a las diversas instituciones religiosas donde estudió. Con posterioridad, se dedicó a luchar contra el tiempo escribiendo.

No me equivoco si afirmo que su obra, más allá de ser extensa por mero intento de sobresalir, lo es por el simple motivo de que escribir le otorga la vida, porque la palabra escrita es su arma y la poesía su medio. Con veintidos títulos de poesía en su haber (entre edición digital y en papel), se ha consagrado como uno de los poetas contemporáneos de culto españoles, que para muchos –como este servidor-, no es sólo un ejemplo de humildad y belleza, sino que también transmuta en orgullo.

Su obra poética no supone únicamente un intento de escapar del miedo, de mutilar al tiempo o de reposar las escamas del silencio; sino, más bien, un canto vitalista a la niñez, un beso dulce en la frente a la memoria, galvanizando los pesares –es cierto-, pero que con la más cruda de las sinceridades nos desvela sus fantasías. Títulos como Cáncer de invierno, Fantasía del cuerpo postrado o Mortajas, nos hacen conscientes del filo dentado de la vida cuando amenazaba, si podemos recordarlo, con ir en serio.

Elogio del proxeneta –artefacto rosa y narrativo como lo califica él-, y Casicuentos para acariciar a un niño que bosteza componen su obra narrativa. En ambos títulos, el tiempo como hilo conductor de un fino collar de perlas, las experiencias, las transiciones. Se oyen los ecos de una voz rotunda y virtuosa, la vejez, las nostalgias y el fantasma del pasado que se atañe a nuestras cabezas con tesón, “Ignoro cuanto ocurre alrededor, el nombre del amanecer, las brasas del tiempo.”

El viaje de Luis Miguel por los paisajes de Olleir nos transmuta, nos desprendemos de las pieles grises y secas de la arquitectura literaria para centrarnos en el corazón de unas palabras consabidas, dichas de un modo que nos resultan casi proféticas. Una vida vivida con intensidad y una silla de compañera. Rabanal escribe y guillotina las construcciones de la conciencia y rebusca, remete los dedos en la llaga del espanto y del temblor, para que aprendamos, posiblemente, a respetarlo como a la muerte.

En una ocasión le pedí –a sabiendas de que no le gustan las entrevistas- que respondiese a dos preguntas para todos nosotros, sus lectores, a lo que se prestó amablemente.

Mi persona: Qué supone el deshojarse en ese otoño, la pérdida y el despojo de lo accesorio -lo juvenil- en ese eterno paso del tiempo. Qué supone para ti el comprender que tu vida es esto y no más. Qué supone la madurez, cuántas cosas han de cambiar.

Luis Miguel: A un poeta que tengo un poquitín tratado, me imagino que algo parecido les ocurrirá a los repartidores de butano y a las ya no tan bellas tonadilleras y a los empleados de banca, claro, y a los trapecistas y a las muy fieles servidoras del orden incluso, el deshojarse en ese otoño, como tú apuntas, no le supone más que saber que definitivamente se ha conseguido un punto bastante raro de equilibrio, que no es mucho saber que digamos. La edad, o el intríngulis que encierra la edad, la edad denominada «madura» para más inri, no va a cansarse nunca de repetirnos idéntica cantinela: lo andado hasta aquí andado está y a partir de ahora ya iremos viendo. Por otro lado, la vida no es que tenga el sentido que algunos quieren imponer a fuerza de sobresaltos y decretos, no para mí al menos. Desde mi silla (ella y yo) vamos por libre, que es una forma un tanto incómoda de expresar que no nos movemos en absoluto…

Mi persona: Por qué nos resulta tan dolorosa esa despedida de la infancia, de los tiempos inocentes. Por qué es tan necesaria la soledad cuando decides poner el punto a la juventud y hacerte hombre.

Luis Miguel: En lo que a mí respecta, aún no ha llegado ningún tipo de despedida de la infancia, que yo sepa, y tampoco se confía en que la vaya a haber en las próximas semanas. Acaso porque de tanto abusar de la susodicha, quiero decir, de tanto tirar de ella en mis textos una y otra vez, me he acostumbrado muy ricamente a sobrevivir con la lejana y maravillosa compañía literaria de aquellos años, con su memoria. Cierto que la juventud no es únicamente la ausencia de juicio más ingenioso que se conoce sino también un campo de maniobras perfecto (padecí el servicio militar en Sevilla, en el RACA 14) para irse haciendo uno a la idea de adulto que aguarda con paciencia exagerada comprobar los daños colaterales. Pero qué leches, siempre habrá más adelante tiempo para cualquier cosa. Aconsejo a los jóvenes que tarden cuanto más mejor en abandonar el territorio. Es curioso, recuerdo que cuando tenía 10 años deseaba fervientemente tener 20, cuando cumplí los 20 deseaba seguir con 20 otros 20 años para darme cuenta, a los 40, que ya estaba todo o casi todo más que cumplido. ¿Que qué significa lo anterior? Ni zorra…

Cierto es que Luis Miguel Rabanal, luchador, pensador y escritor ante todo –amigo también- tiene la capacidad de devolvernos con sus letras a la realidad que habitamos, incluso si cabe, a la suya propia –aunque sólo la atisbemos por un agujerito- como un mito que escapa a su presión psicológica. Bien merecida tiene esa calle, Calle del poeta Luis Miguel Rabanal en Riello –o en Olleir-, que le concedieron el lunes 8 de Agosto de 2011, y bien merecido tiene el afecto, el respeto y la admiración de todos aquellos que sabemos apreciar su obra; y que, más allá de sus palabras, apreciamos su persona y la guardamos dentro de nuestro pecho, como un regalo del destino.

I

Yo tuve mi cuerpo encadenado una vez
a la probabilidad de ser angosto,
escasamente numerable y oportuno, fui de súbito
alguien que responde a las preguntas más brutales
con el recuerdo de los días dulces, esos que acontecen
lo mismo que un fulgor nos quemará en la boca.
Pensaba en las palabras asombradas
que el atardecer hacía huir con su chaqueta beige
y bajo los árboles ascendía un musgo amarillento y triste,
una forma más de la pereza,
el cisne muerto de ojos devastados.
Yo siempre creí en mi propia desolación
y habitaba un mundo descompuesto, mostrándome
su sangre o su miseria y construyendo con mis manos
todavía páginas sin rencor repletas de ternura,
pero lo que fue entonces veredicto horroroso
de las noches casi bárbaras
hoy ya ha sido disuelto en el vodka taciturno
de ciertas muchachas amigas de su placer si pasa.
A menudo me digo que enfermar es hermoso.
Quiero ahora encontrar la senda que borró la bruma
de todos los lugares que amaba, el amor
hecho de pie detrás de las casonas como un susto
y al aproximarse a mí su rostro el humo lo desplazaba
a la soledad,
al desmayo de saberse ya empedernido y roto.
Mis brazos también buscaban la saciedad
para vencer las ansias de vivir al margen de la vida,
y crecí dentro de ese engaño.

(Cáncer de invierno, Provincia, León 1998; Premio PROVINCIA)

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Gracias, Jorge. http://jorgeherreria.blogspot.com.es/2015/01/luis-miguel-rabanal-la-buena-poesia.html?spref=fb

Elogio del proxeneta, una entrada

10 de febrero

La desvergonzada de Charlotte… Natural que sea así, si bien agradecería que cuando irrumpe para abalanzarse sobre mi colcha de piqué me demostrara más cariño. Se da prisa en acabar con mi persona para lavarse la cabeza, abrillantar la tapa del piano, irse de compras al híper a las cinco menos dieciséis de la mañana, según ella, o a encerrar las pitas. Cuestiones de ese tipo, de F., me refiero. Jamás la he oído comentarme, me bese o no me bese los morretes, del ritmo que toma nuestra industria con el competidor de enfrente o del estado de las liquidaciones efectivas o cómo andamos del resfrío, del cáncer de invierno para hablar con propiedad. Ella se acelera tantísimo porque su relación le escuece. Se desabriga como si la falda, en un descuido, le abrasase las caderas, nada comento de sus pezones devorados por una especie de concejal de cultura insatisfecho. Se curva y me acaricia con resolución y se compadece de mis labios un segundo. Y yo codicio dilaciones, afecto contrastado, éxtasis sin pesos ni mentiras, una garganta digna y enumerable para glorificar hasta que luzca el sol del mes que viene, muñecas de papel empedernidamente lujuriosas, etcétera. Y no lo que con morigeración me hace: un beso, una mamada que aparenta una tarde de junio junto al río, un beso con la boca reciente de dios sabe quién para reanudar la separación del suave tegumento, dos tentativas más y, hale hop, todo ha caducado. Sin articular una sola vez en voz invertebrada de falsete te quiero, viejecito… Con M. nun ye igual. También con Belar y Virginia hay confianza.

eulogio escaneadoLuis Miguel Rabanal, «Elogio del proxeneta», Ediciones Escalera, Madrid 2009

Elogio del proxeneta

eulogio escaneado
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9 de marzo
Me convendría ahorrar y retribuir a un lugareño para que me deslice en la silla, de mal humor y a trompicones, lejos. Mas con nadie me relaciono y tengo la impresión de que se me han pasado de rosca incluso las palabras; sí, gruñir sí gruño. Llueve como si los cúmulos llevaran siglos sin aliviarse y se dijesen al oído ya no aguanto más o me revienta la vejiga, por el acaloro con que se suceden los chaparrones, los rayos, las centellas. Doña Laurentina, en este preciso momento, se despoja de la saya para que lave el agua sus flaquezas y le dé gusto en la entrepierna que es sector sagrado y herrumbroso. Nos halagaría aprovechar el caudal de los desbordamientos para suministrar a nuestros cuerpos lustre, ese aseo tan necesario, esa higiene glacial que se me antoja benéfica por diversos motivos que ni merece la pena enumerar. Morirse estornudando, salga el sol por donde salga, no es tan repelente si se le compara con roncar o berrear de agudo pesimismo o pincharnos la epidermis deslucida porque nos mosquea que las preladas, cuando nos presionan para acometer las correrías que prefieren, son la perdición. Están como cencerras. Presiento que es domingo por la tarde y me coge un sueño dulce que deseo no decaiga nunca: hay niños en algún sitio calzándose chirucas y flores de madreselva esparcidas en callejones serenos que no he corrido; hay casas a medio demoler y aldeas sin nombre; hay mujeres con taja y cajón y una acequia agostada que no es verdad. Un sueño tonto que si se restriega me escuece en el orzuelo. Yo no debo seguir aquí, me susurro a mí mismo al subirme los marianos. Si cuando menos pudiese encaramarme a la carreta donde les traen la leche agria a las hermanas, y los bizcochos atrasados, escapar caracterizado de guirrio y desvanecerme en la vastedad de la provincia, sería el hombre más risueño.

12 de marzo
A quien le competa: tras las paredes, miradas miserables espían los engorrosos movimientos de los pensionistas. Nos es indiferente que nos atrapen los más íntimos aspavientos por sorpresa, que nos inmovilicen las manos en la mesa luego de comer hasta cortarnos de raíz la digestión, que nos impongan, despatarrados en el suelo, encarnar un Romeo epiléptico y humillante para que ellas se carcajeen como hienas. Qué nos incumbe que los tabiques desconchados del cuchitril oigan, vean y quién sabe cuántas impudicias más. Allá ellas con su conciencia desatada. Escribo parcialmente a disgusto porque me ofenden, de tanto estar sentado, las partes que el pudor me desaconseja renombrar. ¿Qué será el pudor a todo esto?

13 de marzo
¿Me habré perdido algo realmente sustancial del libro de cuentos que es la vida? ¿O de ese otro, el de las vidas de mártires y santas forrado con periódicos?

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«Elogio del proxeneta», Ediciones Escalera, Col. Trayectos, Madrid 2009

Elogio del proxeneta en Erosionados

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23 de abril
No soy capaz de acostumbrarme a aguantar acostado sabiendo como sé que la rúa está apacible y que la gente sospecha, por las pintas, que el perfume agobiante del calor será definitivo. Aunque establezca ordenar en perfecto estado de revista las cosas en mi mente, por escasos intervalos que asigne para finiquitar este cuaderno, yo no me postraré lo mismo que un cadáver reciente en su esquina de detritus. Superado el miércoles, es como si tuviera contados los segundos para abandonar el paquebote. Para colmo el páncreas y la gota, sendos hervideros de aguijones, y Laura que insiste en sonsacarme por qué no se le empina a D. si ella lo prepara bien y se limita a ejercitar con él satisfacciones antiestéticas que con anterioridad sí que resultaban. Complejo reflexionar así, incómodo descuartizar el recuerdo con los párpados cerrados y sin la dosis palpándome los bronquios para socorrerme en lo de retocar iconografías, entresacar nombres propios del baúl o cruzar los dedos si, irrevocablemente, se nos ha ido a pique la ganancia. Alguna vez la derrota no tendría que ver con el cinismo, sino con la sinceridad inconsolable puesto que en la boutique del pan se nos machucó Betty con jarrones y desmayos. ¿Embarazada de Cluck? Sobre el alféizar emplazan coronas de azaleas y es la señal: se inclinan a sugerirme de esta guisa que me queda poco poco poco poco poco poco.

24 de abril
Espléndida la mañana, espléndido mi humor, espléndidos los ojos que me atisban cuando asiento los capítulos de precios sin la tortura de las onerosas fechas precedentes. Presuntuoso comprobar cómo, por desgracia, de la más horripilante negrura se deriva una fluorescencia que llamaríamos interminable por lo abstrusa y bien venida, o por lo borde, y cómo a traición nos sobrecoge blandamente el cerebelo. Dormí ceñido al vientre liso de Belar y por casualidad me encuentro con un ser privilegiado que no soy yo. O que sí soy yo, depende; quizá la polinización que me genera una alergia irrisoria y me ataca como a Azucena, una becaria de Campo Nubes con la que me codeo, ese algodón que flota sin piedad ante el cenador y, al desbandarse, me obsequia horas, acaso todo un día, de plenitud, de desahogo. Belarmina trepó a mi mesa, me liberó de la boina y a horcajadas de mi cuello se le escapó musitar abuelito dime y chúpate eso. Como broche, me lavó en silencio entre los muslos, me mordió los labios, me la meneó con la exasperación de un demonio inconmovible y arrasado, pobló mi noche de esperanza en la Humanidad mediante argucias exquisitas. Reposamos como dos novios resentidos y gentiles. Ahora le agradezco desde aquí mi salvación y me aturdo con los ruidos de la calle, tan diferentes a los pestañeos sigilosos de la Sal, y me encierro a releer la voluminosa monografía dedicada al Bakunin presenil en la que me topo con soflamas en el margen. A ver si así tiene sentido alimentar la vida, pegar saltos en la planta baja con las nenas al anochecer y detallarle al desamor que ese cuerpo que no nos relega pese al maltrato del dolor y de la angustia es acomodaticio…

S.M. me llama por el walki. El pretexto, requerirme más perseverancia en el negocio ya que no ignora que los plazos últimos han concurrido erróneos, rezagados como tranvías en desuso sobre vía muerta. Me conmina a cumplir con la responsabilidad juramentada de prodigar placer a los asiduos aun hallándome a la sazón gravísimo. Que no se me inmiscuya. Y que se instale en los tocadores del Averno, su club de segunda categoría o de tercera, a meterse con Marcia y Rodrigo, sus apuestas guardaespaldas. No obstante, para esta medianoche se nos ha oficiado la cita de supervisión a nuestro Gran Burdel del señor Ministro sin Cartera. Charlotte deambula atareadísima permutando las alfombras iraníes, vaciando de colillas los ceniceros e introduciendo en la maquinita expendedora condones de frutas, de pinchos, de colores. Un personaje tarambana y depravado. Y sus propinas, por lo que ellas divulgaron por la tarde, la mar de envidiadas. Se intuye la noche amable, jodedora…

25 de abril
Mañana estrenaré cuaderno porque transcribo las líneas finales, las que me ocasionan más quebranto abdominal. Cada uno que completo me provee de un tedio escrupuloso que rechazo. Es la vida que transcurre y culmina con atributos de indecencia, labios amoratados y murga para la capitulación. A la memoria le sucederá el Sanatorio donde embeberse de presencias, sobre una nota en blanco se trocarán pronto en amago de ignominia. En una palabra, eclecticismo. Pero mientras se proclama y no se proclama el corolario, testimoniar que hoy vuelve la lluvia a concretar la perspectiva que me sobrevive, y la tos ferina, otro desaire personal con mi desánimo, y hay niños en el pasaje comercial que sollozan como una expiación que ya no sirve. Reaparecen la lluvia y la oscuridad a inundar las serosidades de mis ojos y presiento más mañanas y más noches de indeterminación. El pajarraco apenas ya si habla, es más que creíble que a causa del desprendimiento de retina. O por fimosis. Las cocotas prolongan su letargo a solas con sus orgasmos preteridos. Y yo, yo estoy magníficamente huérfano… Qué descorazonador es todo.

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De «Elogio del proxeneta», Ediciones Escalera, Col. Trayectos, Madrid 2009

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Gracias, Adriana.

Tres anotaciones

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1 de junio

No viajaré a ningún sitio. Me duelen la gingivitis, el corazón, los zancajos, el Sinogan, las rótulas. Mejor no hablar con nadie, resultaría agotador tratar de articular palabras, palabras que la desesperación viste de ceniza y vino turbio. Barcelona está muy lejos y C. lo tiene crudo, su historia con las eslovenas es terrible: niñas regaladas a cambio de verduras, vírgenes excepcionales de ojos transparentes. Que sí, que sí, que ya estoy harto. Arden las perdidas…

5 de junio

Lo que más me satisface es llamarla de madrugada al apartamento de un amigo. Su actividad consiste en mitigar ardores ajenos y coronar deprisa, limpiamente. La bella Charlotte, la doña, al fin y al cabo, de la Casa. Ella me cuida, claro está que por dinero, y no obstante ya no me cautivan las monedas. Aquellos primeros años era difícil discurrir un hueco en la trata, había que ir con miedo pero no excesivo, sólo percances sin demasiada sangre, batir las calles y ser reconocido por las muchachas deslenguadas cuyo olor de trapo húmedo y lavanda de corsario… Sí fue agradable la lucha. Hoy es muy diferente. Se burlan de uno porque está enfermo, se ríen de uno si les pides que te enseñen los pezones, son avariciosas y parece de plástico su rímel. Son finas y educadas, poseen nociones de derecho internacional, de bailes regionales, de informática y de correctas brujerías. Cada vez son más jóvenes y eso duele en el alma, por supuesto que duele, como si te arrancasen con furia el deseo, lo único que aprecias. Pues bien, Charlotte, decía.

7 de junio

Los días de junio qué tristes. Desde la ventana contemplo los colores vivos de la gente, las faldas cortas, los bíceps irrisorios de los muchachos y me veo en el fondo de un abismo y me sé traicionado por todos y por todo. Tampoco es lo congruente escribirlo aquí. Pesan en las manos las tardes, en la boca se diluye la noche como néctar atrasado que enceguece. Quiero dormir y me nacen ampollas en los ojos.

Antes escribía con temor, pausadamente, vigilando que mis palabras expresaran sólo aquello que buscaba, como la primera vez que abrí un libro de Cirlot y me sudaban las horas y quería reescribir su sueño. Ahora carezco de límite alguno para ahogar mi penitencia. Ginebra, lápices mordidos, encerrado en casa, entre esas sombras que acechan en la calle La Sal, en Xagó si me adentrase todavía, más ginebra, el recuerdo de algún hijo que se perdió en octubre. Y muchachas, muchachas, muchachas, muchachas bajándose el short principalmente.

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De «Elogio del proxeneta», Ediciones Escalera, Colección Trayectos, Madrid 2009
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Las monjitas

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4 de abril
La primavera quiere entrar a visitarnos por las rejas del lenguaje hasta el galán de noche y en el rostro sopla un aire insignificante que reconforta una enormidad. Privilegios del oprimido. No en vano las salidas de la celda cada vez son más abreviadas. De la cama al urinario y, si no hay mala pata, si se apiada de nosotros quien tiene que apiadarse, nuevamente nos volvemos o nos vuelven a la cama. Y a cascársela más, dado que es sanísimo hacerse unas chaquetas, o es lo que dicen los letreros. El buen tiempo de la mañana se agradece lo mismo que un caramelo de fresa por muy chupado que te lo pase Menéndez, el de las barbas luengas. Uno no está ya sino para renunciar a regirse y para consentir ser remolcado por los fantasmas que se encargan en lo oscuro de estirar la lengua hasta formar con ella precipicios, qué desdicha. Qué importa por quién, si los frenos y las ruedas de la silla se aflojan y conmigo se impulsa cuesta abajo, donde acecha un rinoceronte lanudo con su cuerno afilado listo para atravesar mi corazón.

9 de abril
Nos envían de apoyo logístico a una novicia guapa. Beatriz del Ilimitado Desconsuelo es como la nombran. Su mayor belleza reside en esa hechura joven de amena colegiala con acné, el indispensable solamente, y facciones deslumbrantes de perdida. Reemplazo sus palabras como si golpearan mis sienes con jaleo y las discurro porque me dañan y es prudente que así sea. En un minuto si se me autoriza continúo, porque he de apaciguar mi conciencia con unos vómitos, debidos a la menestra de arroz con rodajas de bellota y cáscaras de huevo rebozadas con guindilla que nos procuraron las damas de tanta caridad en su menú. Apendicitis o catalepsia o exceso de ipsación. Antes me gustaban las mujeres y ahora lo que me gusta son las onomatopeyas. Y por si acaso, recojo los artilugios de guarecer el ganado y de describir las lesiones de mis carnes y mi instinto y me hago regresar a la posada. Habrá diversión y devaneos.
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Y ya van dos

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27 de agosto

Tendré que ejercitarme con el presente ir y venir del pensamiento, cada día una rasgadura, cada noche el penúltimo placer que se consume. Tendré que ir con cuidado, por culpa del perito engañador que es el recuerdo, tan redundante él, tan en apariencia incoherente y obstinado si le permito subírseme a las barbas. Y de lo que se trata es de dejar constancia, qué burda palabreja, de una porción de horas que fueron de algún modo mías y pesaron como ruedas de molino atadas a mi cuello, etcétera. Tendré que licenciarme, un día, no sé cómo aunque sé cuándo, sin pensar en nada más que no sea mi fragilidad, mi cólico nefrítico. Resumiendo, mi gran caos. De momento sobrellevo muchísima más sed, el estómago se achica y es suplantado por una hoguera que no respeta edades, posiciones, haber ayer tenido un frío tremebundo en la espalda, o fue en el corazón desquiciado que conservo. Sed de ginebra máxime. ¿Prosigo con mis inveteradas quejas o hago llamar a voces a Virginia, por si accede a venir de su peculiar distancia de cópulas magníficas embaladas en penumbra? A estas alturas de la experiencia un coño no es lo de menos, no podría serlo jamás, no es tampoco la insolencia de antes al mostrárseme y con serenidad sorprenderlo allí, único habitante de esta isla, los dos muy compenetrados, él o yo. Y el Deseo, ese mayúsculo deseo, se sobreviene cual mortaja que me invade y soy yo quien conmemora aquellos muslos abiertos, y sus alrededores gratos, del todo para mí. Y, con todo, falsos como una boca enrojecida mirada en el espejo. Al amanecer le falta una puntada de cordura, o siempre es otra cosa.

Dos horas más tarde y continúo. La memoria no debería poseer un antifaz y sí disposición para abreviarlo, ejem. Me digo que la noche de tormenta no es la noche de tormenta de cuando niño. Había caras pero transformadas por el pavor y el escándalo del trueno: éramos niños sin quererlo plenamente, sabíamos llorar sin que se notase. Transcurrió la noche, se hizo paulatinamente el día, pasó la infancia como una amenazante nube gris, y seguimos sin exteriorizar, en su totalidad, la identidad que no era nuestra. El rostro de mi madre, el de mi hermana, dónde están ahora. Qué leches hirvió y dejó escapar con ellos la memoria, como escribe Ordás Bocanegra en su libro de señuelos. Pues quiero recordarlos y sólo encuentro retales de tela oscura colgados en el arbusto de los brunos, retratos sin envés y manos sin las manos de los niños. Todo es un truco, lo sé, del embaucador sarnoso.

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De «Elogio del proxeneta», Ediciones Escalera, Colección Trayectos, Madrid 2009

El espirador elogia en silencio al proxeneta

 

Me puntualiza Virginia que se asomó a ser achuchada y a charlar pero dio conmigo en el suelo con los vaqueros resbalados, como muerto, desencajado y lívido, empuñando mi pene con las manos y unas gotitas entre amarillentas y blancas sospechosas en la cúspide, con lo cual ella ponderó que habría sucumbido a un orgasmo laborioso y fulminante. Nos reímos ahora porque podemos reírnos sin molestar a nadie que si no… Ella, desnuda como lo suele estar en el relax que media entre cópula y cópula y barullos, los barullos de Virginia son ecuánimes, puso a la Casa putas arriba y recurrió con desparpajo a un Samur. Laura, campechana y feliz, no se lo creía. Charlotte únicamente exclamó ohlalá que estamos apañadas… Betty, deshecha en llanto, observaba con lágrimas sinceras el paisaje y tuvo el aplomo de jabonarme los devueltos y arreglarme el pantalón. Me daban por difunto todos, incluidos los clientes de mis casquivanas que cedieron en la rudeza del flirteo al avistar la batahola y los del gas ciudad. Más adelante, ya en esa casa de locos que tildan de Residencia Sanitaria Virgen Blanca, le notificaron los doctores que el fatal desenlace, tal como ella les aseguraba y ellos confrontaron, no se había producido. No se demorará, descuida. A grandes rasgos fue este el argumento de Virginia.
 
«Elogio del proxeneta», Colección Trayectos, Ediciones Escalera, Madrid 2009
 
 


En Espirador ecléctico el pasado 24 de febrero. Gracias, Leo.

Elogio del proxeneta en Más allá de lo visible

 

Begoña Leonardo ha tenido la gentileza de reproducir en su otro blog la siguiente entrada de EDP:

 

                                                                                                                               

21 de agosto

 

No es un buen argumento la muerte. Quiero decir que escribo para conmoverme y no para explicarme rotundamente nada. A lo largo de los años los cuadernos apenas si han devenido en la compañía necesaria, el camino más corto para transitar con nadie, o la extrema ocupación de un hombre cansado que va viendo junto a su decrepitud cacarañosos espejos que conformaron sus hazañas: un muchacho oscuro que alisa la ropa de una mujer al haberla amado con exagerado frenesí, o no fue tan exagerado. Ahora escribo palabras recíprocas para que la soledad, el rezagado final que nos es dado reprender, no hiera más la carne del sueño, la carne dolorosa del costado, la carne perfumada de algunas muchachas fabulosamente rubias que nos distraen del flemón de muelas. Creer en eso. En el rostro que me confiesa haber sido ayer mi rostro sin arrugas ni rojeces, sin los ojos ya cerrados a primeras horas de la tarde. Creer en la silueta  que camina a destiempo y se fatiga y tropieza sin misericordia, un guiñol cretino, tal vez, que los jueves ocupa mi lugar. Estos cuadernos no son consecuencia la praxis, son sombras de sombras que han llegado a mí en un descuido de los deberes peliagudos, recovecos de mis erecciones defectuosas donde nada ya carece de desmesura y todo renacerá emboscado. Escribo así para decírselo a Laura uno de estos días, por si se decide a besarme, y ya va siendo hora, sin sentir ascos, y no se calle más la pregunta que me reserva desde meses bajo su blusa lánguida. Yo seré, muy probablemente, el mismo mas sin serlo con plenitud: yo lo que quiero ser es gótico… ¿De cuándo acá la vida atesora tantos fragmentos borrosos que da empacho insinuar su exacto griterío y su abultada felación?

 

 

miércoles 22 de diciembre de 2010 De "Elogio del proxeneta" de Luis Miguel Rabanal

Publicado por Begoña Leonardo en 10:16

 

Gracias, Begoña.

 

Elogio del proxeneta sentado en la escalera

 

El pasado viernes 29 de octubre, los editores de EDP reprodujeron en su blog, bajo el título Octubre para el proxeneta, la siguiente entrada del diario. Gracias a los dos.

 

29 de octubre

Encima, Laura. Su genio es de mula terca, su enfado, su, a partir de la presente coyuntura, riguroso aborrecimiento para conmigo. Eres un tuercebotas, mi amor. Te crees la única minga sublime de la Tierra y yo me veo sometida a tus caprichos porque te conviene. ¡No te jode! Si me apuras llamo a Vicente Antón y que te den por donde sabes. ¿Qué culpa tengo yo de que no se te levante? Si me la quieres meter como los demás, me pagas. Eres un cerdo, mi amor, eres un cerdo, y un maricón, y no sé qué más llamarte… Fueron las palabras crueles que me dirigió con saña, al mediodía. Ya platicaremos, ya. La muy pilingui… Por de pronto le lancé a la cocorota un libro encuadernado en piel de pergamino que se encontraba a mano. Con láminas de Tiépolo, y aparte de destrozar completamente el ejemplar, a ella no la alcancé por unos milímetros de nada. Lástima.

Los de Asuntos de Interiores acaban de colgar en las salas más pequeñas los nuevos carteles. Sin especiales alharacas, no muy grandes, con letra bien clarita. “Sin condón no hay polvorón” y “A Amadeo de Saboya no le comí jamás la polla”… Poesía pura.

 

Elogio del proxeneta/Ediciones Escalera/2009

 

Elogio del proxeneta vive. O no vive. En qué quedamos

 

Alfaro se ha decidido a hacerlo de nuevo con una entrada del rosita en La ciudad sinombre y yo se lo agradezco un cuanto.

 

 

24 de noviembre

 

Indicios que interpreto para que la desesperación se urda más funesta: la lluvia que se estrella en la avenida con escándalo; el Nordeste que bufa como un aparecido; las ventanas de la Casa cerradas por si el fuego; el Apagador de luces de Alfaro que se esconde de mí; los niños que no distingo desde el lunes jugar en esta acera triste; mis ojos que curiosean con asiduidad algunos cuerpos que hace siglos que faltan en mi corazón; la helada mirada de Laura cuando me transfiere las cuentas imposibles de su amor mojado; mi rostro ante el brasero lo mismo que una sombra; la desafección de los nietos que ni me llaman ni me envían cartas con dibujos; los labios cuarteados de O. si me quisiera; aquel tren que vuelve a mis peores pesadillas con el alférez provisional en calzoncillos; el mudo tiempo asignado a los relojes que adquirieron ellas para que el tiempo se acalore; las partículas de daño clavadas en mis músculos temporales ahora mismo; la noche que salta a mi encuentro embozada y miserable, la noche que se asombra al descubrirme ocupado en investigar pasiones o torturas y que no son artículo de fe sus muslos de ciruela. Se resume todo en una palabra que nadie ha trazado aún.

 

Buscar la fuente inagotable del dolor como si habláramos de un acto de recreo…

 

 

 

 

Un buen amigo ha creado una página en facebook dedicada a este libro.

enlace:  http://www.facebook.com/pages/Elogio-del-proxeneta/117298244997448

 

Elogio del proxeneta en La ciudad sinnombre 3

 

Alfaro, una santa, es la única persona del mundo mundial que se acuerda de él. Y lo hace intercalando en su Ciudad la veraniega (?) entrada 12 de agosto:

 

 

 

Para variar, me siento casi bien. Es decir, he dormido buena parte de la noche, sin dolor y sin lástimas, he cantado en sueños con vocablos increíbles y por la mañana he dado un dilatadísimo paseo de unos, aproximadamente, cuarenta largos metros. Aquiles me fio a regañadientes un libro de Borges y con una témpera escarlata estreno la pintura de mi cuarto escribiendo en los cantones la excelencia que sigue:

 

…soy un hombre de ciudad, de barrio, de calle:

los tranvías lejanos me ayudan la tristeza

con esa queja larga que sueltan en las tardes…

 

Hay días que dejarlos así es lo más aconsejable, tan a sus anchas en completo silencio, sin añadir nada a ese sortilegio suyo que nos conmueve; dejarlos así porque si no, podríamos de repente equivocarnos y ya está uno harto de los errores ajenos y no digamos de los propios; dejarlos reposar hasta agriarse… Este Borges sabe detrás de lo que anda, el insensato. ¿La concha de su madre? ¿La de la mina Kodama? Por qué no haberle abordado e interrogado en el paraninfo de la Universidad de B. ¿El párpado caído…?

 

 

Elogio del proxeneta

Luis Miguel Rabanal

Ediciones Escalera, 2009

 

 

 

-También Pepe Pereza, cómo no.

Elogio del proxeneta en Lanzarote

 

El autor de la reseña en el magazine hotelero y bilingüe Estar, concretamente el 11, número que abarca el periodo enero-junio 2010, es Andrés González. Aunque no aparezca por ningún sitio.

 

 

 

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ELOGIO DEL PROXENETA

(por Luis Miguel Rabanal).

 

Existe una clase de lameculos que nunca llegarán a nada. Ahora bien, que la estupidez sea contagiosa no significa sino la dificultad de distinguir la bella de la bestia, de rechazar insidias oscuras. En este país de muchos cobardes, Rabanal pronuncia que la miel es gustosa, pero opaca; que los dioses sucumben casi siempre a las putas y que hay mucha miseria en la vida como para vanagloriarse de las heridas.

 

 

IN PRAISE OF THE PIMP,

by Luis Miguel Rabanal.

 

A class of arse-lickers exists that will never get anywhere. Alright, the fact that stupidity is contagious only goes to demonstrate the difficulty in distinguishing beauty from the beast. In this country of manifold cowardice, Rabanal declares that honey is sweet, but opaque; that the gods almost always fall victim to the whores, and that there is too much misery in the world to boast about one’s battle scars.

 

1 añito

 

Entre tanta mortaja y fantasía tanta, hoy se cumple un año de la salida de imprenta, de la mano de Talía y Daniel, de EDP. Felicidades, pues, a quien corresponda.

 

 

22 de mayo

 

Qué decirle cuando, en la calle, me interpele por mi retrospectiva de rufián. Qué ofrecerle cuando me siga hasta el tugurio de Andrés el Temerario y allí mismo me confiese soy tuya, amor. Presumo que ya no valgo para tejer y destejer el tiempo con empeño casi casi bárbaro. Este sopor me postra como una idiota marioneta. Dondequiera vaginas a buen precio, bocas más rojas aún que el hastío, cuerpos tan bien desalentados que se asemejan a resbaladizas papeleras caídas en la noche de los sábados. Todo deseo es, en irrefutables pegajosidades, literatura…

 

Los actos más puros son los que acaecen desde la lejanía, cuando miramos con circunspección las piezas del puzzle y no reconocemos en ellas nuestro signo, las huellas de ese crimen que fue nuestra juventud, el episodio en que por mediación de un botarate no perdimos la vida de milagro. O lo que es lo mismo, nos fiaremos de quienes nos recuerdan sentados a la sombra de una acacia, en junio, y éramos nosotros. Pero lo verosímil es dejar hacer y deshacer al tiempo. Aunque desde aquí, desde la mesa sucia en la que escribo, la existencia se ve peor de lo que pensaba, por las calles, o eran coles, de Bruselas, con A. de mi brazo y los cigarros fétidos y el amor hecho brutalmente de pie, porque ella no quería acostarse en ningún lado y yo la amaba con locura. Ahora estoy solo y de nada me sirve el consuelo de haber vivido mucho. Son consideraciones aberrantes con las que podremos sobrevivir un día más, y el asco a veces de tal supervivencia me perjudica más que las mezclas de alcohol y mala leche y el Lioresal para tantos calambritos. Menudo apaño la casa que un día le adquirí a Carles B. para que se cobijasen las chicas. Pienso en él y me apesadumbra su muerte, dos años atrás, como si con un error todo hubiera terminado. Los amigos, qué tontería los amigos: los tienes y son titiriteros de su propia necesidad para contigo. Y si no los tienes, que se jodan.

 

Vino con su ropa la muchacha nueva y fui blando, por su carita hermosa y su entrepierna mansa. Una más en la familia. Se llamará a partir de ahora Betty, que es un nombre etéreo, o por lo menos de puta muy etérea. Está de acuerdo en líneas generales y me alegró un tanto la velada. Con dos de azúcar… Yo conocí Cambados de niño, le dije, y se echó a llorar.

 

 

Elogio del proxeneta. Ediciones Escalera. Madrid 2009

Ahora también en formato electrónico o e–book, o como se diga.