Cuerpo saliendo de la tierra

INCENDIADAS REPÚBLICAS VERANOS

Incendiadas repúblicas veranos que se han ido O
la luz que rompe desde el mar los signos quién
se esconde tras la puerta y la belleza de lo dulce O
la muerte que viene a enmudecerte qué paisaje
repite su nombre sobre toda la llanura O
el viento que muerde las esquinas cómo has visto
las pérdidas del tiempo sin la espesura de los animales O
la ruina que agita lo salvaje qué vértigo modifica
su ascendencia y recoge los frutos del corazón inmortal O
la historia que empieza en los rincones del eclipse cuánto
debe llover esta mañana para que me mires llorando O
los perros que aceleran las semillas del miedo dime el nombre
de las cosas que no tienen nombre O
los guantes que persiguen el sepulcro dónde has estado
todo este tiempo sin mí y por dónde has salido a la vida O
este canto que sangra y se repite hacia qué lado de la sombra
estalla el beso último de lo que nunca tiembla O
el águila que descifra otro lugar los bullicios los silencios
incendiados en el páramo la música eterna de tu rostro O
las sonámbulas agujas que se clavan en la carne la memoria
la muerte es todo en este espectro los cristales rotos O
las vencidas montañas que regresan en silencio y esperan otro
canto inmemorial o signo o llave de otra sombra O
el cáncer del crepúsculo y la memoria naciente de todo lo olvidado
el paso suspendido en la ceniza tu vientre acabándose O
quién ha vuelto a quitarse la boca para decir un poema
con los ojos

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Luis Llorente
(De Nunca: libro de poemas radicales comenzado en 2011)
Tomado prestado de su blog.

La corista y yo

Todo sucedió en un verano sofocante en El Cairo. Por aquel tiempo yo trabajaba excavando tumbas de faraones, pero por las noches me ganaba un sobresueldo haciendo juegos de malabares en un garito de mala muerte. Allí acudía puntualmente, bien entrada la madrugada, el temido gangster Asimov, con su inseparable cortejo de matones y falleras en tanga, y jugaba al póquer mientras hablaba de las singularidades del espacio-tiempo, y desplumaba a los incautos. En un rincón de la barra Openheimer siempre se emborrachaba solo, y lloraba lluvia radiactiva sobre su whisky doble. Y Aristóteles de Estagira tocaba jazz en el piano.
Una de esas noches fue cuando la conocí. Del salón, en el ángulo oscuro, se me revelaron sus incontestables curvas y el brillo violeta de sus ojeras. Se me acercó fumando un cigarrillo turco y echando hábilmente el humo por su boca en forma de órbitas concéntricas. Ella iba de azul, los alemanes iban de gris y yo llevaba un casual traje de lino blanco y un sombrero panamá que, francamente, me quedaban muy bien. Hubo una corta presentación en que nos intercambiamos las tarjetas y un largo interrogar de miradas. Entonces le dije que ése no era sitio para ella, princesa, y que mejor salir fuera a caminar. Y salimos a caminar a los bosques de Viena en otoño.
Caminamos lentamente y hablamos de Ray Bradbury y de Philip K. Dick, al compás de la hojarasca que crepitaba, sinfónica, bajo el punteo distraído de los tacones de sus botines negros. Ya llevábamos caminando varias semanas por los bosques de Viena en otoño, cuando tomé sus manos y le dije que tal vez sería buena idea ir en busca de alguna alcoba para ejercer mutuamente la posesión de nuestros cuerpos. Le dije también que yo, hombre muy leído, conocía un sinfín de posturas amatorias con las que ella nunca había soñado siquiera. Ella me contestó que sí, que las conocía de sobra las tales posturas, pero que no podía ser mía. Y me confesó su gran secreto. Me refirió que ella era, en el fondo, un androide creado por el malvado Giorgie Dann, científico loco que fabricaba autómatas en forma de mujer y las esclavizaba, obligándolas a bailar en bikini en torno a una barbacoa, de acuerdo con un arcano ritual para dominar el mundo. Ella, sin embargo, había logrado romper su programa y se había fugado. Pero tenía que regresar a donde estaba Giorgie Dann, a su torre terrible de purpurina, para que le revelase de una vez el secreto de su existencia o, si no, matarlo y, de paso, salvar al mundo. Yo pensé entonces en lo injusto del mundo, en las singularidades del espacio-tiempo, y creí oportuno sacar mi violín de su estuche e interpretarle el primer movimiento del concierto que estaba escribiendo. Ella bailó tristemente para mí, sobre la hojarasca, bajo la ausente mirada de las estatuas de los reyes godos.
Luego seguimos caminando en silencio, y llegamos al Café Gijón, donde servían ya el desayuno. Yo sabía que había un avión que calentaba sus motores ahí fuera, para arrebatarla de mí. Le pedí que no tomara ese avión. Ella no articuló más palabras, tan sólo mojaba, gravemente, pensativa, la magdalena en el café.
Fuera, los dioses llegaban ya cabalgando desde el oriente, furiosos y vengativos, y traían la aurora del último día en el mundo, enrojecida de sangre, como una bombona de butano.
Cuando aparté la mirada del cristal, reparé en que estaba solo, con mi sombrero panamá.

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Juan Manuel Macías. Las diosas y las nubes.

Metro Blood

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LA HUIDA

Los chicos del vertedero vieron ciegos hombres de negro que hurgaban en la nuca de familias enteras, mientras dormían en los parques de atracciones una siesta de picnic, pollo frito y mondas de naranja; arrulladas por un flamear de bolsas de plástico prendidas en las ramas de los árboles.

Y escaparon por campos tendidos en la luz del mediodía, entre grupos de placas solares embebidas en el cielo, que viajaban estáticas, siempre hacia atrás, a la velocidad de los autobuses de línea por la carretera.

Vieron camiones llenos de grava, de arena, de cemento, de ladrillos… que descargaban justo en los lugares donde el viento y el agua se habían llevado el barro del adobe que sujetaba nuestros huesos.

Y allí crecieron casas con antenas parabólicas que conectaban la órbita de la fascinación, la órbita del vacío y la luz, la orbita en la que las estrellas realmente pueden alcanzarnos, con habitaciones interiores, de ventanas tapiadas, donde sestean los cerebros conservados en el formol de la televisión.

Trenes de niebla y carbón cruzando el frío de patios de colegio-sucio ladrillo rojo, desayunos de hambre y ejercicios con el sol despertando a lo largo de aulas y corredores de madera seca.

Trajes plateados con bigote que querían confinar la sangre nueva en el sótano de los colegios, como agua estancada que pudiera vivir una paz submarina de algas muertas.

Mercados que rebosaban frutas, verduras, ropa interior de algodón y matamoscas en una mañana de vino y CO2, por calles-atasco a veinte kilómetros por hora y casas deformadas bajo el peso de un futuro mal soñado.

Vieron la grasa de los cuerpos fundidos con el cemento bajo la megafonía, de las piscinas, el cloro de los gritos y la artillería multicolor de los bazares chinos.

Vieron a lo largo del río la masa del bosque, dragón con otra luz y en otro tiempo, tumbado junto al agua, en cuyo vientre anidaban los pájaros y el verano.

Caminos de vegetación extraviada-garganta de sueño verde y flores de piel estampada bajo el sol-aire diluido en telas de araña y canto de culebras.

Una rabia de calor y moscas empujando nubes de tormenta y sudor entre charcos de mosquitos, amoniaco de cuadras y la bilis de los pocos viejos necios que enmudecen a la sombra de los árboles nuevos.

Vieron coches ardiendo en las orillas, y las llamas caían reflejadas por el agua fría hacia alguna otra orilla bajo sus pies, donde ardían coches con llamas reflejadas por el agua, y así una y otra vez hasta el infinito.

Vieron banquetes de boda en restaurantes de carretera y estaciones de autobús. Tintineo de llaves, monedas y teléfonos móviles. Sol de plazas-arroz y palomas que cagaban de blanco directamente sobre el encaje de los vestidos de novia.

Vieron futbolines quietos y máquinas tragaperras,
Vacas ciegas y coches japoneses,
Pozos artesianos y refrigeradores de ochenta litros,
Sombreros de paja y gorras John Deere,
Cotos de pesca y piscinas hinchables.
Alfombras de césped verde manzana a un lado de la valla y al otro una selva de culebras, caracoles, babosas y toda la fauna que es capaz de generar la madera muerta cuando llueve.

Vieron patios y corrales como tumbas abiertas. La osamenta de los tractores, el costillar de la maquinaria, los huesos y la quincalla de varias vidas pidiendo clemencia bajo el sol, entre zarzas y guijarros.

Cementerios donde morían despacio las grúas en abandono de obras-abatirse de nubes-hormigueo de óxido bajo la pintura y la extensión del recinto era mucho más grande de lo que nunca hubieran imaginado.

Vieron campos de maíz y los cuatro estómagos de la vaca tirados por los caminos, quemando piedras y raíces que volvían a brotar con esa furia de plantas que prefieren la tierra de las sepulturas.

Vieron los últimos bares donde se fuma, se bebe y se envejece a golpe de baraja y dominó con todas las ventanas abiertas, pero con los ojos cerrados.

Vieron viejos que respiraban como hongos en tinieblas, que nunca intentaron comprender el lenguaje de la carne viva cuando les hablaba con la urgencia y el ahogo de los peces en el aire.

Residencias de ancianos-barcos fantasma en la niebla, navegando por campos ahorcados de carreteras, y la obstinada tripulación cuidaba de la muerte con sonrisas de gelatina, puré de patata, tarta de queso y zumo de melocotón.

Vieron otros chicos en ropa de playa, a doscientos kilómetros del mar, jugando al billar en medio de campos de trigo y cosechadoras, y su futuro se acercaba como una serpiente bajo el agua.

Niños que trepaban por los hierros de la maquinaria dejando jirones de ropa y piel en los ganchos y los engranajes para poder mirar desde lo alto, a lo lejos, el paso veloz de los coches por la carretera.

Y entonces los chicos del vertedero volvieron la vista hacia una noche-rabia de párpados en blanco y puños desollados contra paredes de piedra y tiempo.

Y finalmente huyeron bajo el grito de las constelaciones, siguiendo una ruta nocturna de autopistas, túneles y pasos elevados que les llevó directamente al corazón fosforescente de las ciudades,

y allí, dejaron de correr y trataron de olvidar.
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De Toño Benavides, en su blog.

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El cobijo de una desalmada

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UNA HOJA SECA

Vuela ante los ojos en una danza que desconoce
la rígida pesadez de lo corpóreo;
cruje, crepita y se escama en la turbia fiesta del aire.

No es sensible a su desamparo marchito.
No es consciente de su falta de savia.

Bordea los perfiles que la retan,
salta ante las fauces que se despliegan
al abrirse los cándidos labios de una ventana,
remolinea a escasos centímetros del suelo,
indecisa al rozar lo que la turba,
orgullosa de resistir tanta inclemencia.

Corre, vuela, respinga y se pierde para siempre
en el basurero mustio de cualquier jardín agotado,
en la alfombra estridente que se espacia aterida,
áspera y temerosa de los pasos inflexibles que la ignoran.

Sepultada en la maleza, se olvidará de sí y de los otros.
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(De «Cuaderno de otoño»)
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De Isabel Martínez Barquero en su blog.

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From my forest

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MUNDOS

Tu mundo de poesía es similar a mi mundo de bolsas de polietileno.
Envuelve la basura, mezcla porquerías, algunas ecológicas otras de envases no retornables.
Mundo desechable. Sucio, marginal y oscuro. Hablo del mío, claro.
El tuyo sólo son versos. Magníficos. Musicales. Perfectos.
Literatura para entendidas. Género femenino que cae a tus pies,
Apenas suena la guitarra azul mágica y comienza el recital de hermosas mentiras.

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En el blog de Eleanor Smith.
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Mujeres en guerra

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Ya sabes lo que quiero.

La comparsa de gotas repicando sobre la fachada del teatro acompaña el estribillo de su voz en mi cabeza. Ya sabes lo que quiero, me susurra al oído mientras me agarra los cojones con manos invisibles. Maldita zorra. Es un buen día para morir –me digo mientras la lluvia se cuela por el tejido barato de mi gabán.

Camino despacio, buscando la complicidad de la oscuridad; el trayecto es corto. Ahora estará rindiendo cuentas con la jornada; contando los céntimos que ella se gastará mañana en el bingo. No sé si podré mirarlo a los ojos. Abordo la calle Cubas con los pies helados y el corazón enloquecido; temo despertar sospechas entre los transeúntes que se agitan incómodos ante esta noche húmeda y lóbrega. Las pulsaciones me delatan, producen un sonido metálico al contacto con la placa. La saco del bolsillo de la camisa y la entierro entre los tickets que justifican mis pesquisas.

Me detengo ante el portal. Desde la acera de enfrente he echado una ojeada al primero izquierda. Una suave luz ilumina el apartamento. Abajo, en el taller de joyería, la cancela metálica está echada y la alarma parpadea como un ojo demoníaco. Me da miedo cruzar el umbral, el ojo me acecha y me señala, y yo no sé si podré.

Ya sabes lo que quiero.

Él está confuso, no me conoce. Le enseño la hoja y se orina en los pantalones. Quiere dármelo todo. Saca del bolsillo un taco con una buena colección de billetes. Yo me acerco y giro la mano para que el hierro entre bien. Lo apuñalo como a un cerdo, la carne es blanda, el camino ligero. Su cara se transforma cuando mira hacia abajo y ve la cuchilla bien dentro. Es esto lo que quieres ¿no?, me dice antes de morir.

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En el blog de Isabel Chiara
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Crónicas para decorar un vacío en la niebla

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Beber para contarlo

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¿sabes, Bo?
ahora mismo en un outlet de internet están conectadas casi veinte mil personas ávidas de consumo.
Y viendo lo que queda en el Ágora del Sol, 240 personas.
La lotería nacional la van a privatizar y al no saber cómo vender el tema, ¿pérdidas?, los telediarios, que ya lo están, sólo hablan del rocío y ortega cano.
Esto es lo que hay en este país… nos merecemos lo que tenemos.

Ayer iba muy lento, no tenía espacio en el disco duro… decía el letrerito. Le pasé el ccleaner y me liberó cuarenta y cuatro jigas… todo de archivos temporales.

Mi chota también necesitaba un ccleaner… repleta de archivos temporales que la ralentizaban… A veces, la mañana me hace daño… entiendo a los vampiros de sangre… no a los psíquicos… a esos los ponía de pararrayos, empalados o no… por si les mola. Según pasaba el cleaner con mahou, la neurona, sí, esa última y psicalíptica, al verse otra vez con espacio la muy puta, va y saluda y se enrosca en sus dendritas… y se lanza al vacío.

Hoy lo paga todo mi cuerpo. A veces, la mañana me hace daño. Y alargar la ronda hace que los cuernos de orujo me taladren como a un espontáneo famélico.

Aun así todo lo recuerdo, aunque mi cabeza me abronque y mi hígado busque en las páginas amarillas un remiendavirgos.

Un micrófono registra el estallido de unas pompas de jabón, y de cada estallido surge un verso de un poema de Ana Pérez Cañamares recitado por Zapico, la gente se para, no deja a nadie indiferente… el sol sigue brillando en ciertos ojos.

Cuando mis palabras se niegan a sí mismas, el tiempo se detiene en unas escaleras y busco un rastro en mí, pues una pregunta peregrina por mis entrañas y necesito responderme al vomitarla… pero la pregunta se escapa y me veo de barra en barra deshaciendo el puzzle del camino, más bien recuperando las piezas perdidas en la mañana.

Quiero marcharme, necesito hacerlo… no consigo centrar mi chota.

Alguien llega tambaleándose, se planta en mitad de la plaza Cervantes… afianza su pies, levanta el puño izquierdo y grita: ¡gora eta!

Marcha por la calleja. Al minuto pasa un coche de la municipal. Siguiendo su rastro. Algo de escolta, taxi o ambulancia, tiene la escena.

Me miro en el espejo. Leo lo que pone la camiseta que me ha regalao Zapico… joder… debo de estar torcido de cojones o he atravesao el espejo pues parece escrito con carmín en el cristal de mis ojos: Beber para contarlo.

Más bien creo que todo lo que me rodea está torcido. Yo no soy tan surrealista… en ese aspecto, todos me superan. Me alcanza el pesimismo, no he debido leer tanto. Las hostias pasan como obrs, como pompas de jabón que estallan… y cuando nadie las rellene con versos, lo harán de sangre.

Pocos, muy pocos, han entendido algo… suficientes… Mi generación se ha dedicado a farfullar… me duele la cabeza de tanto hacerlo.

A veces deseo comprenderte, Bo… encerrada en tu burbuja hucha… con tu glory hole particular, tu cuerpo hipotecado y tu mente de outlet… a veces, Bo, puedo llegar a entender tu vida de politonos afónicos, las huellas de silicona que rastreo en tu camino virtual… ufffff… es la resaca.

Mi saludo es a la generación que está haciendo algo por despertar… los demás hemos perfilado caminos en las esquinas de los bares, relamiendo las palabras que son espuma que se desborda por la barra… palabras que son mojones de un sendero de serrín que busca escoba.

Ojalá podáis tener esa casa, un trabajo digno, tiempo para beber unas cervezas con los amigos…

tiempo para contarlo.

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Alfonso Xen Rabanal, de aquí.
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De lo que hablan las serpientes

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LO TUYO

De plumas negras
Con salpicones de esperma coagulado.
No se bautiza la libido, o tal vez…
No escribo flores, eso siempre lo supe.
De plumas negras va vestido
Ese mensaje que no significa más
Que el salto de una mosca
Que la caída de una lágrima,
No significa más que tu silencio.
Y sigo sonriendo, ¿sabes?
No quieras una flor
Ya que puedes recibir una espina.
Quédate tus puntos y tus comas,
Quédatelo todo.
Ya no escribo para ti.
Lo tuyo solo son manchas de semen.

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En la bitácora de Jorge Herrería Franco.

Dad al aire mi voz

LA ALUMNA MODELO
 
Cara a la pared.
No muevas más la vida.
Deja de sonreír.
Los brazos pegados a las caderas.
Aprieta la frente contra el encerado.
Calla…
Ven, extiende la mano…
-¡Ay!
Siéntate.
Obedece.
Corrígete.
No abras las piernas.
No las cruces.
La espalda recta.
No comas chicle.
Recógete el pelo.
Estírate la falda.
Decoro, por favor…
Atusa el lazo
No pongas esa cara
No, ni esa tampoco.
Pareces un saco de patatas
no vales para nada…
 
 
Excelente texto de Begoña Leonardo en su blog.

Sombras blancas

PAYASO
 
No conocer el límite entre la sonrisa y la histeria.
Beber la cara oculta del absurdo.
Probar las sobras del amor y dar las gracias.
Ansiar la destrucción de la sorpresa.
Llorar una revolución tras cada cortina.
Anidar las cenizas de una mirada hueca.
Escupir desiertos de goma
para disfrute de los seres más efímeros.
Vivir en el insomnio del músculo.
 
 
 
Del blog de Cristina Castro Moral.

Escrito en el viento

BIOGRAFÍA NUMÉRICA (ENERO DE 2011)
 
1972: origen
1 hermano pequeño
1 hermana pequeña
1 operación de fimosis
1 tío muerto en accidente de tráfico
2 uñas arrancadas por las puertas
1 abuelo herido por arma de fuego
1 padre tirano
2 huidas de casa
3 veces cursado el 2º de bup
2 divorcios en la familia
3 abuelos asesinados por el cáncer
6 novias
1 carrera concluida
5 ó 6 libros publicados, y más de 20 antologías
2 operaciones de fístula anal
11 domicilios distintos
1 primo suicida, y exitoso en su cometido
3000 y pico artículos escritos
1 tío fallecido de cáncer
2900 libros en la biblioteca
3 ó 4 mascotas enterradas
5 muelas extraídas
4 alergias: polen, polvo, penicilina, cefalosporina
1 afección de piel: la rosácea
4 dioptrías y media en cada ojo
1000 y pico amigos en facebook
1 madre aniquilada por el cáncer
1 pareja estable
1 bebé en camino
38 años
59.8 kgs
100 cicatrices
1 corazón para amar a
mis vivos y a mis muertos.
 
 
José Ángel Barrueco al natural. Inédito de su bitácora.

El viento que agita la cebada

Y PUNTO
 
Los puntos y aparte me tocan mucho las narices. Hay otras cosas que también, la voz a veces se me escapa de las manos, pero los puntos y aparte… Modero debates larguísimos entre las dos partes de mi cerebro para dilucidar si pongo punto y aparte. No me gusta. Preferiría no hacerlo, pero en según qué narraciones se me antoja necesario. Yo nunca fui a una escuela de nada, salvo a la pública. Y a veces pienso que me gustaría tener formación en algo; como en inglés, por ejemplo: me gustaría haber tenido la oportunidad de ser bilingüe desde pequeño. Pero entonces (y quizá todavía ahora) era cuestión de dinero; era, me atrevería a decir, elitista, eso del inglés. Y me tuve que buscar la vida para aprenderlo sin aprehenderlo. Lo que me jode de todo esto es que ahora me está pasando lo mismo con los puntos y aparte. Pero, afortunadamente, eso no es una cuestión de dinero, sino de tiempo.
 
 
Cogido in fraganti en Mario Crespo.

Mi vello púbico

 
12 enero de 2011
 
Dicen de M que es frágil y es musa. La dibujan en la cama junto a hombres de nubes y esperma. La escriben protagonista de un cuento. La cantan melancólicos paseando por «calles grises, vacías». La desvirgan, la reclaman bajo las luces de neón, la buscan entre el humo de los cigarros que ya no se fuman.
Algunos la abrazan. Otros la odian por fría, por altiva, por las noches de sexo monótono y  asexuado. F la observa desde lejos por inalcanzable y se pajea. J la instruye. A la quiere ver desnuda sobre la cama trapezoidal gimiendo como una perra, atada, bien atada a las letras de la cabecera. C quiere que admire su prosa punzante, picasiana.
Dicen de M que es imán, diamante en bruto, diosa, alfa y omega.
Todos dicen de M hasta que enferman de afonía por culpa del pequeño microbio fluorescente.
 
 
 
(Del blog de Mayte Blázquez Muñoz, altamente recomendable).

Beatitud

 

 

Beatitud de Nacho Abad no es un blog como cualquier otro. Quiero decir, al menos a mí me ocurre, no sé a ti, que leo la primera entrada y, la hostia puta. La misma entrada que yo tuve ayer todo el día rondando en la cabeza hasta que una estúpida llamada de teléfono me mandó el santo al cielo. Era esa, lo juro. Continúo con la siguiente y, dale, otra vez. Esa estuve a punto de escribirla hace unos dos días, o tres, palabra por palabra, idéntica a la suya, y algo o alguien me distrajo en el último momento. No sé. No me parece justo que yo haya ideado la totalidad de las entraditas de Beatitud y Nacho Abad se lleve los aplausos… no señor.

 

 

EN LOS PARQUES Y CON LLUVIA

 

Se nos había desplazado levemente el eje del corazón. Los cardiólogos no daban crédito. Miraban los resultados, cotejaban datos, consultaban monumentales enciclopedias médicas, y no llegaban a entender por qué seguíamos con vida. Nosotros tampoco, dijo Carmen. Es una extraña casualidad. Ya lo fue nacer, claro. Y luego ir acumulando esa colección de trastos fantásticos en las buhardillas de la memoria. Todo demasiado complicado para un mecanismo tan primitivo. Y para colmo aquella chica hermosa que a veces apuntalaba la ruina en que nos habíamos convertido, la centinela que encendía de noche los focos pero no alumbraba la autopista, sino el paisaje triste, la soledad de los insectos, los ojos fosforescentes de los gatos; la principita que jugaba a saltar sobre nuestra maltrecha máquina de vivir como si fuese un charco, como una niña de pelo bien corto saltando en los charcos un rato después de la lluvia. Demasiado peso en una estructura tan endeble. Algo había girado en la caja torácica. Algo no estaba en su sitio. Y sin embargo, por una extraña casualidad (aunque la casualidad sea siempre menos extraña que perversa) lo mismo que nos estaba matando era lo que nos mantenía con vida.

 

 

Jueves 21 de octubre de 2010

Publicado por Nacho Abad en 05:01 2 comentarios