Niñas, niñas

Estas niñas que rompen a su paso
el sol de las aceras, apenas
despeinadas y grises, suben
a los coches fatalmente sospechando
el ultraje dulce y frotan
sus pechos minúsculos en manos
amigas de papá, qué digo,
estas niñas que juran palabrotas
a la puerta de los cines
y luego besuquearán la lengua
nada aborrecible de Stephanie,
tan ajenas ellas a pasiones
efímeras, más tarde la noche
fragmentará su rostro, llevará
sus piernas a un pub de cuero
verde y allí el amor
se pactará como un tratado
de no mucha agresión, no me dejes
con Ben Webster, recíproca
ternura, no es mi último beso.

La ría

Agua sucia para manifestar nostalgia.
A las horas precisas el barco
maniobra a nuestro lado con el vientre
repleto de basura.
Al atardecer muchachos estrenan sus condones
y el goce da lugar a un grito
de socorro o de tedio.
Está bien que así suceda,
que nos oculte sus fauces lo invisible,
incluso que el calor mucho nos sofoque.
El que todo lo mira
descubre en su corazón conflictos
y ve al Pedro Menéndez II
perderse en lontananza
cargado de cenizas, como se va su sangre.
La noche cae a golpes en su cuerpo,
y frente a él sucumbe la derrota
vestida de palabras e imponente.

Poema de la ingravidez

Ese niño que a veces nos visita
y nos regala su rubor recién atribulado
aparece en nosotros sin más,
llora en tu cara
como un hombre hecho a la medida de tus cosas.

Él reconoce tu traje inoportuno
para las brumas reuniones,
Andrea.

Y consiente buscar en tu anhelo
flores silvestres, tímidos embustes y una pizca
de amor que todo lo engrandece.

No debes contradecir a ese niño
que se llama
como tú y como yo, y que para colmo de males
es nuestro doble inmerso en brujas, nuestro amor
insoluble a las gotitas de azar.

Poema incomprensible

PALABRAS PARA OBDULIA

nada
como sucede en los interminables infiernos
de la herida
disuadiendo a pájaros hermosos que te saben y aman
en una síntesis de médulas y cálidos acoples
donde germinar la indiferencia o el sosiego

de sexos y enebros que suscitan
ternura o siestas o llegadas
y sabes quién está al fondo siempre de mis ojos

El afilador

El afilador picaba
a las ventanas del buen tiempo
y se cubría el rostro con saúcos.
Pasó la edad de despertar sin ropa
y sin nadie al lado a quien querer.
Hoy el quejumbroso, el inservible,
abraza a la deriva a quien lo abraza,
se sumerge en su mundo imperfecto
y vive de su paciencia
que es ventajosa y amargamente aturde.
Todo lo demás se llama de otra forma
cruel.

Un poema impertinente

EL HIJO del inválido toca su música
y la casa es una sombra
que cobijar donde los cromos.
Ya casi nunca lo llevan a la calle,
y ve cómo los dos
y de la mano
cruzan bajo la lluvia la avenida.
El hijo no sabe aún la tabla
del nueve y desespera.
Es posible que sus mazurcas
también abrasen en la noche,
y que desde la ventana el intruso
los vea llegar.
Con mucha, muchísima alegría.

Un poema escara

O ESPERA EL INVIERNO

Nadie ha vuelto a visitar sus viejas paredes
ni a reír entre las zarzas comunes que rompen
el desencantado paisaje.
Solamente el tiempo cada día lava
con aflicción su rostro, y a veces se ciñe
a su cintura porque es preferible morir
a alguien abrazados que ver las tardes,
sin otra compasión, desaparecer con las nubes.
Nadie más ha llegado
a preguntarse aquí sus certidumbres,
las hazañas de los muchachos y las muchachas
en el pasto tendidos
y creyéndose fatalmente mayores.
Ahora tú creas la obertura en el poema
y buscas entre las ramas de los árboles
bultos que no fueron de abubilla, cuevas de hule
para ocultarse de aquel sicario tan feroz.
También el tiempo era en Olleir
una estancada sucesión de diversos sosiegos
y confías entre ellos confundirte,
ser uno más que ya no conmine nunca a la vida,
pero la vida perversa, la del minuto a minuto
y el pecho semejando ser cerraduras vulgares,
no la vida que salva y exime al dolor
de cualquier menosprecio.
Que este veredicto se precipite en tu mirada
y el amanecer enjugue con algo de calor tus ojos.
Nadie, sin embargo, te espera.

Poema tranquilo

Espera el hijo a que comience la tarde para reunir sus pasos con mis pasos de humo, tampoco opta por enmudecer igual que ha enmudecido la vida de quien con tanta amargura lo ama.

Duele atisbar en su cuerpo dulce y enorme cómo asume que va pasando la hora de estremecerse por nada.

Llega de súbito la noche y nos sorprende apenas su tibia, su bronca sinrazón con palabras no dichas.

Poema del recaudador

Lo terrible es llegar
a casa a trompicones
y encontrarla sin nadie
con ruidos que no cesan
: gritos de quien ya no está.
A veces no importa lo bastante
ser uno mismo el que golpea
sobre su propio desvelo,
y dormir y que te cuenten
los demás la vida
si ya hay demasiada sangre
para ofrecerte en la memoria.
— Quiero creer en lo que conmueve
y aturde con sus garfios tristes.
Lo sobrecogedor es que tú
tampoco estés en esa casa.

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También aquí, gracias, Ángela. http://elordenolvidadodelaspalabras.blogspot.com.es/2016/04/lo-terrible-poema-inedito-de-luis.html

Poema del tumefacto

LA CASA está en silencio
y parece que va a haber sol a sus espaldas.
Nadie es testigo de su angustia
ni de sus voces prohibidas,
eso lo seduce.
Piensa en el equilibrio
que pudo darse alguna vez
en su memoria, como un látigo
para apresurar fidelidades y tormentas.
Sobre todas las cosas
piensa en que se acaba la vida
sin tiempo para nada.
La casa se llenará de bullicio
y, ahora, de manos que arden.

Lácteos para la fiebre oscura

1
El haber pasado por allí, el haber permanecido más días de la cuenta, traen ahora bobos recuerdos, frases entrecortadas y conductas que uno no sabe ya si tomar en serio a estas trasnochadas crestas del relato o qué hacer con ellas. La enfermera mayor, a punto de jubilarse, tan amable el primer día, negando el saludo al enfermo al enterarse de informaciones, de buena tinta perniciosas. Qué decir del sordo, el que más oye, el inevitable iniciador. Y un sinfín de personajes tétricos y vivos que estaban allí esperando a que los viera con los ojos cerrados y sucios del casi sueño, del casi odio. Pues bien, ha pasado el tiempo y permanece aún el susto y el temor, ahí es donde más le ha dolido su discapacidad, su no poder levantarse y comprobar por sí mismo lo verosímil, poder partir la cara a alguien en mil trocitos desiguales. Pues bien, digo, ha pasado el tiempo y todavía dura la sensación de pérdida, de todo haber estado mal, de la mucha soledad, del mucho silencio.
Por estas fechas, hace tantos meses ya, por las tardes, a sus espaldas olía a cigarrillo rubio y se sucedían ruidos raros como pequeños golpes en la ventana de la terraza. Solo eran olores y ruidos, bien es verdad, pero unos pocos días más tarde llegarían las sorpresas. El tabaco y el ruido provenían de la misma persona al parecer, el duro oficio de colocar micrófonos, escuchas. Espías atareados, divertidos y bellos… Ahora que lo piensa, cuánta angustia entonces, mientras hoy sonríe, porque todavía no sabe.
Si fue o no fue, si hubo o no hubo, si era o no era.

2
Rostros que se han ido dispersando sin perder su exacta significación de desvelo o ensueño, rostros que aún hoy alguien enumera sin fortuna, habiéndose marchado, podrido en ceniza e inmensamente cojo. A la hora de la verdad, cuando todo termina y se hace preciso recoger los bártulos que la escritura ha dispuesto día a día, cada tarde más bien, el que se equivoca por costumbre ahora cierra los labios. Se esconde en las palabras de los otros, mide su miedo porque si no no sabría. Rostros que aún se le confunden en el recuerdo.
No quiero seguir más, me aturde este silencio de la casa contrastado con el bullicio, afuera, previo a las fiestas: por las noches las verbenas y el barullo en tus oídos. Menuda suerte: hoy toca Bustamante…
El ángel de la muerte que no atina a visitarlo. Si todo va a terminar, lo mismo que terminan las cosas nauseabundas y los oficios tenebrosos, sin nada más que decir sino que el recuento es terrible y es terrible decirlo una y otra vez como poseído por extraños demonios crápulas. Todavía hoy hablaban después de la siesta del origen, de la primera persona que pensaba que era la culpable para al poco tiempo deducir que no, que era otra, y a la tercera la vencida. A partir de entonces, enhebrar frases, escuchar y ser escuchado sin saberlo. Cuánta delicia.

3
Detrás de los montes, en algún lugar que necesita como el aire para respirar y no es exageración precisamente, la caja o el contenido, ese polvo para esparcir en Montecorral. Poco más. En algún lugar que ya no existe para él.

4
El sábado transcurrió pacífico, alguien se preguntaba en silencio por el día-espejo de hace mucho, de no hace tanto.
El domingo, igual, uno miraba para atrás, se decía los síntomas y recordaba cómo por última vez movía sus manos sobre el teclado del ordenador. El lunes ya no, el movimiento no quiso volver jamás.

Otro poema prescindible

Sin querer, sin mover los labios, sin estar. De ella conmueve la luz que no se apaga entre sus ingles. Nos cuesta escribirlo, no es propio de nuestra ternura convocar su sed así, lamer su garganta con filos apagados semejantes al niño que camina por la finca envuelto en un sudario beige, no se lo proponen. Tampoco debería estar aquí, ella deambula sin cesar por su memoria, se desdice y a la vez les sella los labios con palabras mínimamente soeces. Sin querer, sin haberla llamado nadie, o bien con el cuerpo exhausto de tanto sinsabor, su orgasmo milímetro a milímetro registrado en las libretas múltiples de notas. Nadie la habrá visto. Es la sombra que perdura en la maleza del saúco, al amparo de los mirlos, o no era allí tampoco sino diciendo adiós a alguien que llegaba, pobre pequeña, pobre pequeña. Nada más abrazarla pedazos de su piel entre la mugre de sus uñas, parodia de un amor sin reflexión ni constancia, nada más quererla sin quererla. Está cansada, se parece a nosotros, o eso dilucidan. Su ira entorpece su gemido.

Un poema espeluznante 2

LAS DIVERSAS CURAS

No es el dolor el hipopótamo que, encaramado a lo alto
de tu estómago, tose y se retuerce y brinca.
Ni tan siquiera es el martillo con herrumbre,
olvidado por alguien, que sin cesar golpea tu sien con método
enérgico y se pasa la noche encantado en el interior de tu cabeza.
Tampoco es el largo trago de alcohol
con que inundas de fuegos artificiales tu garganta,
la hieres de sopetón con vistosos vidrios.
Ni el vendaval que afuera grita de espanto porque acabe
el practicante de ponerte en su lugar el yodo y la morfina.

Nada ya podrá con tu cuerpo de manos amputadas
y cercenadas piernas.
En su vacío sientes el invierno y te apresuras a llamar
para no estar solo y así convocar la destrucción con tu alarido.
Es obvio morir en estas condiciones, sobremanera si alargas
los días y las noches con tu rosario de insultos, so salvaje.
Sobre todo ahora que has descubierto que la vida vale
para otros lo que para ti es basura metafísica,
parsimonia y belleza arrojada a los pollitos.

Deberías admitir que el tiempo corre como la mecha a tu favor,
pues en la calle no hay más que niños llorando
y duras y bellas losas para cubrir los cadáveres.
El dolor es la medida, la estructura gris del vaticinio:
un hombre descompuesto, asomado a la terraza,
que quiere divisar mejor esta ceniza donde se posará su vuelo.

Un poema espeluznante

APÁRTATE DE MÍ

Maria Callas ha venido a traer sus lilas un momento
y no es cosa de marcharse sin escuchar il canto assoluto
que debe concedernos un poco de pesar en este día,
con restos aún del sol del verano y con los invisibles regalos
que el amor nos confía vaga, pero astutamente.

De tantas fracturas y del amanecer en las tranquilas hogueras
tal vez persista la costumbre de sufrir, como si nada,
como si el daño solo fuera un muchacho cabeza de alcornoque
que blasfema y que oye pasar las nubes
y no un hombre que se acaba de enterar de que está muerto
el deslenguado.

Bien están los aniversarios y las bendiciones áureas al deseo.
Y los leotardos rosa y los chicles de menta,
y como mucho también este amor que envuelve nuestra sangre
con duro papel de estraza, un poco manchado
de aceites y colillas, pero nuestro el pobrecillo para siempre.
Como el amor de los beatos y el de los pistoleros.

Y no quieras perder ahora ese tren en llamas que se estira
en la noche lo mismo que el cuerpo tumefacto de una estrella,
ni más ni menos que la que vislumbra nuestros besos
dados a escondidas de él, el perpetuo e intrigante protagonista
de nuestra historia, ni mires con saña el retorno
de quien llega del frío y se nos parece tanto.
A nuestro amor, querida mía, le debemos
dos copas de menta.