A la que falta y Julio Obeso

 

Sobre escribir debe estar todo escrito. Tal vez, algún rincón, un fleco, pasen desapercibidos.

Ayer, un viernes por la tarde, cuarenta personas asisten a un recital de poesía. Al menos cuarenta seres humanos, en una ciudad, deciden que van a invertir su tiempo en escuchar lo que alguien escribió en la intimidad de su cuarto. Son poemas que nacieron a la memoria de una madre, una madre que, posiblemente, ninguno en la sala conoce. Un nombre: «Cristina». No es su madre pero las palabras del poeta trabajan sus márgenes, perfilan el sentimiento que toda madre destila. Ahora las suyas empiezan a parecerse a Cristina. El quinto, por la izquierda, de la tercera fila, se ha quitado las gafas allí donde el poeta dice:

«Nieva otro poco y ella ha perdido la horquilla, ha perdido los chanclos, ha perdido seguramente por tu culpa los años mejores.»

Las está limpiando con un pañuelo que se parece a otro bordado a mano, pero que ya no, que nunca. Se las vuelve a colocar mientras se pregunta cómo alguien, desde la intimidad de su cuarto, podía conocer a Carmen, la Carmen que le dio las mejores meriendas, el cariño más desinteresado.

Es otra la voz que lee:

«Ojalá estuvieses aquí porque me obligarías a ajustar las cuentas con cuatro años de paseos gloriosos y otros tantos de cenas sin luz y sin sal.»

Al lector le cuesta seguir, piensa que aún la tiene a su lado pero ya van tres semanas sin la visita a Gloria, que las cuentas nunca salen cuando la muerte resta, que la sal solo es un cansancio hipertenso, un cenar por cenar si el paseo, o Gloria, no puede ser de la mano.

Desde la tarima podría jurar que aquella mujer está atravesada por la comprensión. Es deducible, una apuesta a favor del viento. Entiende, de pronto, que una madre es un territorio demasiado grande para un solo hijo, para que un hombre solo, en la intimidad de su cuarto, pueda sentir su ausencia. Comprende por qué todas las madres siempre se citan en las plazas, la razón de cuarenta personas alzando los ojos al nombre propio de un cuello que les quitó tanto invierno.

(A Luis Miguel Rabanal: hoy besé a mamá, por los dos).

*

Recupero hoy el texto de Julio Obeso escrito con posterioridad a la presentación del libro A LA QUE FALTA (Origami, 2013) en Gijón el día 18 de octubre de 2013 e inexplicablemente no colgado nunca en el blog.

Un poema en Radio Vitoria

— En la voz de Patricia Furlong.

 

ESTACIÓN DE AUTOBUSES

En el dorso de la mano
camaleones que desisten de satisfacer
la pereza. Un terrón de azúcar
para mirarte a escondidas al bajar
con los ojos resecos
hundidos
del coche de línea.

Ciudad para las úlceras.
Ciudad inclemente
que tarda en advertir la presencia
de quien anota el segundo estertor
a las 10:11 en la pizarra.

Si quisiéramos desmoronar
el olvido y absolver a quien se enojó
con nosotros, si pretendes
hacer como que concluye
lo desconfiado con ella, nadie
va a llamarte cobarde.

En el dorso de la mano
precipicios añiles
que presumimos
allí.

de «A la que falta» (Origami, 2013)
en «Este cuento se ha acabado. Poesía reunida 2014-1977 (Renacimiento, 2015)

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http://www.eitb.eus/es/get/multimedia/embed/id/3561078/tipo/audio/

Este cuento se ha acabado en Trianarts

Este cuento se portada

ESTACIÓN DE AUTOBUSES

En el dorso de la mano
camaleones que desisten de satisfacer
la pereza. Un terrón de azúcar
para mirarte a escondidas al bajar
con los ojos resecos
hundidos
del coche de línea.

Ciudad para las úlceras.
Ciudad inclemente
que tarda en advertir la presencia
de quien anota el segundo estertor
a las 10:11 en la pizarra.

Si quisiéramos desmoronar
el olvido y absolver a quien se enojó
con nosotros, si pretendes
hacer como que concluye
lo desconfiado con ella, nadie
va a llamarte cobarde.

En el dorso de la mano
precipicios añiles
que presumimos
allí.

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Gracias, Concha. http://trianarts.com/luis-miguel-rabanal-estacion-de-autobuses/

A la que falta portada

Ganglio centinela

A la que falta portada

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El desprecio no sirve para dormir
con las ventanas cerradas,

ni para dar sabios consejos
al que no termina de mostrarse.
Sorben el alcohol exigido,
aparta su ropa de la silla
y aún le aflige ser cruento
con la imagen de la madre
que acepta su suerte.

(Cristina cose faldas,
escucha la novela en la radio.

Los tres aguardaban discursos
ociosos puestos en boca
del más remolón).

La galería y al fondo del monte
otro monte turbador que averigua.
San Isidro y la miel.

Quién iba a pensar
que no estaríamos juntos
para conmemorar fechas
difíciles. Un domingo como hoy
lejos de ti. Quién me acaricia
con bondad el pasado

como si fuera un embuste.

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De «A la que falta», Editorial Origami, Jerez de la Frontera 2013

A la que falta en Trianarts 2

A la que falta portada
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EPISODIOS DE DEBILIDAD

La única certidumbre se oculta
en el costado, el terror nos muestra
sus encías para sumirnos
en la tristeza y esclarecer
el ensueño.

Con curiosidad observabas la luz.
Dos hombres se abrazaron
y no les siguió paz alguna.
Vives para no cansar a la vida.

A fuerza de apuntarlo
estalla en tu cuerpo la superficie
convulsa. Y gimes conmigo
a través de esas flores rosas
en las que nadie repara.

Duele estar aquí sin que tú
te estremezcas.
A fuerza de apuntarlo
creo en el dolor que has sufrido,
creo en las frases que mienten
sin querer hacer daño.

O destrozo las notas
amontonadas sobre la ficticia
mesilla de noche.
La única certidumbre se apiada
de ti y atraviesa tus piernas
con alambres de espino.

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Gracias, Concha. http://trianarts.com/luis-miguel-rabanal-episodios-de-debilidad/

Vídeos de primera 27

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Lectura de Ángeles Fernangómez en el Hayedo de Busmayor, agosto de 2014.

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LOS LICÁNTROPOS DEL PARQUE

En un principio ella se desconcierta.
Para alarmarse enseguida
al no diferenciar la predestinación
de otros murmullos dudosos.
Platino, tamoxifeno.

Yo sé que se aguanta de pie, o que ya
no lo soporta, según la sueñe.

Sé que no me reconoce
debido a sus pómulos fríos, cuando
la beso y no está frente a mí.
Yo sé que no me quiere ahora
porque no se acuerda.

(La gota que rebosa el ojo.

En el Parque lo atestiguan
los muertos, clama
el charlatán al poco de cuajar
su infusión de cristal y ceniza).

Por teléfono me cuenta la congoja
de su piel, los vómitos grises
o la forma que ha concebido
para no morir, no todavía.

Y ella se despreocupa y da
su brazo a torcer a los fantasmas,
doctores intachables
de lo iluso.

De «A la que falta», Origami, Jerez de la Frontera 2014

En Diario de León

EL POETA DE OMAÑA

CUERPO A TIERRA / Antonio Manilla

Acostado entre dos arroyos, el Ceide y el Ariego, está Riello. Reflejado en el espejo de la literatura, gracias a su poeta, Riello es Olleir para los siglos: un lugar rodeado de montes mágicos en los cuales en lugar de arándanos uno puede toparse con el espíritu azul y desenamorado de adolescentes eternas que responden al nombre de Obdulia o con la memoria buscando sus disfraces entre ramos de urces y moras, pistolas de hojalata, vestigios de la aventura de haber sido niño en un perenne junio iluminado por el verde perfume de los acebos.

A Luis Miguel Rabanal, el poeta que leíamos a los dieciocho junto a Rimbaud y a Lautréamont, al que comparábamos sin desmerecer con René Char, hijo rubio de Omaña, le amaneció un día nefasto, unos de esos días de soles derrumbados, que lo postró a los pies de su interior. Crecieron llamas en los árboles, carne de tristeza, grietas más profundas. Todos somos, por decirlo con palabras de Umberto Saba, un “hombre junto a un límite”. Sin querer abocado al dolor, contemplando cómo se va la vida, el poeta omañés, arropado por su familia, no permitió que el límite fuera el hombre ni que la renuncia hiciera nido entre sus labios hasta apagarlos. Su poesía, con el tiempo, se ahondó en gravedad pero no se ahogó en amargura: vaharadas de ironía y ternura venían a aromar desde esa orilla lejana de la memoria los estrechos márgenes de la compostura. Como cortados con la vara de medir adioses, sus poemas asumieron “ese desdén de grajos” que es la vida pero a la vez aprendieron la esencial lección, tal vez la más importante que existe, de salvar a quien se ama.

Ahora Rabanal presenta nuevo libro. Después de A la que falta, un enfebrecido y salvífico canto a la memoria de la madre fallecida, repleto de palabras escritas con vértigo y caminos vacíos, aparece en Amargord Tres inhalaciones. Conversaciones con la muerte, gestos en el filo, nostalgias de finales conforman un poemario compuesto bajo el frenesí que proponía Cioran: “que tus palabras quemen y que tus expresiones sean tan nítidas que se parezcan a la ardiente transparencia de las lágrimas”. Luis Miguel me dice que puede ser su último libro, que hace tiempo que no escribe versos. Él sabe mejor que yo que no es cierto: simplemente no se puede conjurar aquello que nos es dado.

Entrevista en Proyecto Genoma Poético

entrevistas-Luis-Miguel-Rabanal

nombre: Luis Miguel Rabanal. Mejor aún, Luismi.
definición: poeta y tetrapléjico y republicano y apóstata.
término: Olleir.
cuándo: un 20 de marzo de 1957, de noche, en sueños.
profesión: poeta muy sentado.
poemario: “A la que falta”, en Origami, tal vez por ser el último en aparecer.
genotipo poético: San José de Calasanz y San Cirilo de Alejandría, este último que no falte.
fenotipo poético: desde aquel bobo “Variaciones” (1977), hasta “A la que falta” (2013) ha pasado mucho mucho tiempo. Ahora se acerca el no decir.
material: memoria y más memoria.
orgullo: de ELLA (mj).
verbo: abrazar, volver.
estilo: complicado.
co-creación: escribir en la pizarra: hoy he sido bueno.
oferta: si tú me dices ven.
silencio: lo contrario de la tos.
canción: Ne me quitte pas, Brel.
dónde: en Avilés pero en Riello.
expresión: República.
mancha: todo lo contrario, la pureza más absoluta, desnevios.
juramento: cagüendiosla.
película: Sor Citröen, El portero de noche, a elegir.
color: azul, gris, pero el rojo es rojo.
proyecto: “Tres inhalaciones”, en Amargord, en marzo.
lenguaje: el del (no) deseo.
poema: Camino de Ceide en “La memoria buscando sus disfraces”, Barrio de Maravillas, Valladolid 1986.
link: https://luismiguelrabanal.wordpress.com/ y http://www.luismiguelrabanal.tk

Aquí.

A la que falta en Trianarts

A la que falta portada

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HABITACIÓN 114

La que falta, la que se rompe
siempre en pedazos a la hora
de la siesta. La que se agita al salir
de casa porque diluvia,
nada que alegar si no fuéramos
nosotros los otros.

Besa su frente y sobre su piel ordena
las gominolas restantes. No
más rezos al atardecer. Basta
de futuros aciagos, cuando
despierta y sonríe y es inevitable
conformarse con la vida
estragada.

La que ayuda a derramar
la botella de cera en el fuego.
La que amó lo indecible y se nublan
sus ojos. La que aguarda a que lleguen
antídotos, los más diminutos,
los que no sobrecogen.
La que falta.

La miras llorar. Escuchas la voz
de una sangre perversa. Tubos
con helado con que acompañar
las grageas marrones y ampollas
de orina. Se vuelve hacia ti.

Estás solo.

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Gracias, Concha.

 

A la que falta en Astorga Redacción

— ELOY J. RUBIO CARRO

La poesía contemporánea es lo que tiene, que apunta a un sentido íntimo del autor, del cual el lector puede no tener idea. La tarea entonces es perseguir cualquier huella, por mínima que fuera y proponerle un sentido. Así no resulta extraño que a menudo vayamos por un libro “tan a escuras como si leyéramos simas”. Esto puede ocurrir con ‘A la que falta’, el último libro de Luis Miguel Rabanal… Ya antes de entrar en el libro, enmarcado entre un prólogo de Ana Martín Puigpelat y un epílogo de Javier Gil Martín, quise pensar que ese título pudiera ser un divertimento y que ‘la que falta’ sería el ala que nos habría dejado al raso y presos del terruño, impedidos de ir de vuelo. Tanto dice ese título así visto que va a decidir lo que luego encontrara en su interior. Tres partes componen el libro: Cenizas, daños y desnevios. Solo en daños se utiliza la forma versal de la poesía; en las otras dos se hace prosa poética. Veintiún escritos componen ‘Cenizas’. Todavía la madre viva; pero en el ‘infame intervalo’ de verla ir muriendo. Son textos de una aduana del tiempo, donde el tránsito entre las vivencias se produce en libre evocación del autor. Hubo un tiempo, cuando ella convalecía, en el que su ausencia sería lo peor, la manera de no ser. Un futuro de dolor desde el presente dolorido; ahora evoca aquel pasado como sumamente doloroso, el duelo en su presencia, y la palabra aún era de verdad. Los requilorios del velatorio y las despedidas son un recuerdo alucinado. Tanto mayor es el desequilibrio entre la herida y la escueta venda que ni tapa la mirada. A partir de ese momento estaría fuera de sí (Al verse unido a sus amigos en el brindis que tienta la ceguera, para proseguir la vida entre los vivos; enseguida se arrepiente del fatal consuelo.) La cara borrada, sin identidad, el dolor crudo y transparente no se escribe en el espejo sin alinde, la objetividad es inobjetiva por la emoción desbordada e inasumible a la enceguecida luz de su muerte. Su ser se agota en ello, acompaña al cadáver en el olvido de la tierra, no se puede olvidar esa alma nuestra que se va con ella. Y con ella se va la vida verdadera, la vida evocada en que madre pondría orden a este acontecer falsario en base a dietas y dimes y diretes televisivos ‘e facebooks de mal diÇer’. El último de los textos de ‘Cenizas’ pronuncia: Tras la muerte “respirar y respirar como un fragor y un absurdo”.

A la que falta portada

Interrogo aquí al autor en ‘facebook’: “Al grano; moviéndome en el terreno de las ambigüedades o en el espesor de quien desconoce a los personajes del cuento, creo interpretar, en la página 37, que la madre si viniera me sacaría de la supervivencia, de las series televisivas, de las dietas y demás juegos para aplazar la muerte. En la página siguiente no sé como interpretar esos juegos de autoengaño, si como autoengaños de la madre o del hijo tras la muerte de la misma o ambas cosas. Tal vez nada fuera así, por ello quisiera asegurarme un mínimo terreno sobre el cual edificar una pared si no ya una casa y asegurarla luego contra la pretensión del enemigo.” A lo que, en un aparte de ‘facebook’, Luis Miguel Rabanal, me dice: “No deberías ir demasiado allá con esos poemas, Eloy, o al menos no buscar interpretaciones, no sé cómo decirlo. Esos textos y no la parte central y los de la última, incluso los de mi última poesía, creo que van en la misma dirección: trocear la realidad, cambiar continuamente de planos temporales. Tan pronto estoy hablando de mi madre viva como de mi madre muerta, como de mis propios problemas, como de mi pasado, como de mi presente, como de la ausencia de ella; en fin, no es fácil contarte esto. Está en el libro quiero decir…” En ‘Daños’, segunda parte del libro, volvemos al modo versal de escribir poesía. Ahí se enumeran los daños, el cuerpo marchito del hijo, parejo al consunto del de la madre; una lágrima común alumbra la muerte de la madre en el hijo, si ella viniera franca… El dolor en ‘Mambrú’ proviene de los pasajes que repudia la memoria, palabras escritas del vértigo irracional que no quiere repetir en espera de tu regreso. Esa repetición las vuelve tolerables y aminora el duelo. No debes volver, se la invoca cuando su última mirada en el rostro mío. Y ahora me verías caído, desesperanzado en la derrota, un puro dolor dicho, redicho. “Si el dolor fuera eso”…Situaciones previas a la muerte son evocadas. “En noviembre la torva / del alféizar no la podía atropar”. Luego, pero a un tiempo, el hospital, y el anticipo de lo peor, que ahora es evocación, desde unos versos de Eliot: “Ojos que no volveré a ver salvo / a las puertas del otro reino de la muerte.” Se ‘muestran encriptadas’ las referencias biográficas, fragmentos que vienen y van y emparedan una reflexión viva, encarnada. En metonimia, los acicalamientos del cadáver, recomponen la parte muerta. Se anticipa la ausencia en el ganglio centinela, una invocación que llega hasta este domingo, muy lejos de ti. Una imagen durísima, por su imposibilidad: “Quién iba a pensar / que no estaríamos juntos / para conmemorar fechas difíciles”. Téngase en cuenta que las fechas difíciles son por la ausencia de la madre. O esta otra: “…Un domingo como hoy / lejos de ti. Quién me acaricia / con bondad el pasado // como si fuera un embuste.” El dolor de la ausencia, y la celada que supone este dolor, son los temas que continuamente se cuelan en el libro. La celada no es un tema, aparece como imposibilidad en el modo argumentario, es la presencia. La ausencia y la presencia son aquí dolor, dolor puro multiplicado en cada viaje evocatorio.

En ‘La Caza’ se llega a la identificación del fantasma de la madre en el dolor del hijo, una imagen muy querida al cristianismo, solo que aquí invertida. La madre, Prometeo mal encadenado, con su dolor de bolsillo, es invocada a esta ‘unio’ de dolor, a esta conflagración de la muerte que conjura el amor y rompe la cadena. (Este dolor es insalvable, es el dolor originario de una forma de ser, tal vez de ese antes venga herido Prometeo, ya dolía antes de morir la madre. Lo que duele es la posibilidad de la muerte. Con la muerte de la madre el ‘Yo poemático’ deviene una suerte de ‘Dolorosa’ para acoger el dolor total. ¿Se trataría de una redención por la desdicha?). Hemos sabido que la grave enfermedad de la madre se le comunica por teléfono. Esto es “la gota que rebosa el ojo”, esa vez la última, antes de la separación. Las referencias ‘crísticas’ son abundantes. Cualquier objeto, cualquier suceso evoca la pérdida de aquel primer mundo, tras la puerta primera: “(…) Y gimes conmigo / a través de esas flores rosas / en las que nadie repara.” Le duele incluso que no le duela, cree en la ficción que ha hecho el dolor del dolor…En la ‘Habitación 114’ se suceden las letanías de la enfermedad irreversible. Su mirada, serán tus ojos, anticipa la soledad irremediable ya allí en plena presencia. Es curioso como el ansia de interpretación nos lleva con frecuencia al descarrío, el poema ‘Protocolo 13 dd’ me recordaba al protocolo 13 de la Convención Europea contra la Pena de Muerte, entonces leía allí una protesta volteriana contra la enfermedad que acaba con la madre. Preguntado el autor sobre este respecto, responde: “Algo mucho más banal, Eloy: 13 de diciembre, la fecha de la muerte de mi madre.” En el velatorio nadie más ha gritado, desfile de recuerdos, no hubo lágrimas y las que ahora se traga son novedosas, veo los ojos, pero no las lágrimas, “(…) Toma / mis manos y deja de enredar, / le dice (…)”, todavía la tentativa de ayuda de la madre, la dorada visión reaparece… Monsergas es el último poema de daños, “Y le cierran los ojos.” es el verso que da cierre a esta parte.

Desnevios es el título de los poemas en prosa que dan fin al libro; ya acostumbrados a las maneras de ‘Cenizas’, se nos hacen mucho más asequibles. Sí que se reconoce esa fragmentación que señala el autor, ese pasar por la aduana del tiempo donde la evocación es el hilván. La misma temática el mismo dolor, las evocaciones concretas de la infancia en donde aparece la madre, el dolor de la ausencia presentida, el dolor en la evocación de la ausencia presentida, el dolor de ahora. Pero ya desde el primer poema se da una recuperación más amable de la madre, la madre que viene con la infancia, la madre de los sabrosos recuerdos que le escribe en la escayola: “¡Dame un abrazo!”. Las palabras anheladas de despedida, tal un Swann de Proust, llegan a oírse; menos mal, cuando madre le cura la herida. ¡Qué heridas deliciosas aquellas las de infancia! En los poemas 4 y 5 se vuelve al extravío del dolor que puede perder la infancia de golpe. No, tan solo parece haberse interrumpido y no es poco:”Pareces tan triste que nadie verá en ti lo que guardas de él”. A través de la separación se da un tiempo de latencia, irreal, yacente, cabe la sombra del chopo… Ella ya solo puede estar con el niño; pero tú ya no eres ese niño, ni ella podría reconocerte ahora. Hay una decepción del adulto cuando revive algunos fragmentos de la épica de su infancia. Atisba la doblez de los adultos, dejan de ser gratuitos: Un ámbito de silencio, un mundo oscuro de vejaciones, de desprecios, de injusticias que nos abre el recuerdo. Pero al que no acuden las palabras, no lo explican. Aquellas palabras ¡No se pronuncian ya!; en ausencia de los interlocutores se olvidan, acalladas por exigencias del guión de la cultura; son las del desasosiego, la acritud, el horror que si han sido escritas no podrán ser dichas. (Tampoco podrán ser dichas las palabras dichas.) Al recuperar un tiempo anterior al sufrimiento invivible, ¿Podrá salvarse todo?: La madre, la infancia, uno mismo. El ‘yo poemático’ se resiste, viene y va del dolor a la delectación, la madre no le reconoce, pero acaricia al niño que fuiste, y ese es reconocido por ambos. Ahí el encuentro. ¿Recuperamos el niño que fuimos? Sucede y se niega continuamente en estos textos remisos a la delectación. No en vano el libro finaliza: “Besas su rostro, la madre que regresa con los calderos de agua. Al calor de la lumbre tú no te enteras si se oyen voces distintas… Se oyen voces distintas, ya digo, ruidos amables que no soy capaz de olvidar. Puertas que se abren, el amor que ni te figuras. Desnevios.” Para la primavera, cuando el hielo ablanda y destensa y se hace agua y arroyos deleitables y una extraña música de encanto… Esa palabra de Omaña, volverá a decir toda maravilla. ‘Desnevios’.

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También aquí.

A la que falta en El lenguaje de los puños

A la que falta portada

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No somos los mismos, no somos aquellos que fabricaban cruces de madera para entretenerse en dar misas de noche o, a la mañana siguiente, para combatir a las bravas. Gracias al bochorno, el personaje estrangula a su doble más sabio y le ofrece regalos hostiles. Ni siquiera somos los que salpicaban el verde con muy tristes trampas. Trajes de marineros ajenos, bolas de cristal sin su ojo vago y con mácula, tiritas de cuero extraídas con esfuerzo de la confusa piel del ladrón. Nosotros no somos los mismos, qué va.

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EPISODIOS DE DEBILIDAD

La única certidumbre se oculta
en el costado, el terror nos muestra
sus encías para sumirnos
en la tristeza y esclarecer
el ensueño.

Con curiosidad observabas la luz.
Dos hombres se abrazaron
y no les siguió paz alguna.
Vives para no cansar a la vida.

A fuerza de apuntarlo
estalla en tu cuerpo la superficie
convulsa. Y gimes conmigo
a través de esas flores rosas
en las que nadie repara.

Duele estar aquí sin que tú
te estremezcas.
A fuerza de apuntarlo
creo en el dolor que has sufrido,
creo en las frases que mienten
sin querer hacer daño.

O destrozo las notas
amontonadas sobre la ficticia
mesilla de noche.
La única certidumbre se apiada
de ti y atraviesa tus piernas
con alambres de espino.

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Para leer más, aquí y aquí. Gracias, David.

Hemos visto al señor

A la que falta portada
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A solas con quien urge acordarse,
sedienta de horas que ceñir
con ternura, la blusa planchada
de ayer y el cuerpo que ha sabido
de pecados superfluos.

Al estar junto a mí no escasean
detalles que suelen ser fieles.
No recuerdo castigos, si me tocas
el cuello y me hablas despacio,
no recuerdo las lágrimas que trago
sin recompensa ninguna, me
acerco a ti como el hijo invisible
que no es de verdad.

La muerte agridulce se demora
en venir cuando más la queremos,
la muerte sopesada y cansina.

Nadie ha sonreído.
Lo sensato era golpear el corazón
y volver a derretir el hielo que surge
como larva en apuros, toma
mis manos y deja de enredar,
le dice. Nadie más ha gritado.

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De «A la que falta», Editorial Origami, Jerez de la Frontera 2013. Prólogo de Ana Martín Puigpelat. Epílogo de Javier Gil Martín.

Vídeos de primera 21

Vídeo y voz: Felipe J Piñeiro García
Texto: MAMBRÚ

Si el dolor era eso,

parajes que la memoria repudia
al final de un pasadizo invisible,
las grietas en las manos
porque llueve
como aquella tarde. Mirabas
y mirabas por última vez
mi rostro.

Si el dolor eran las palabras
escritas con vértigo.
Palabras torturadas que prohíbe
él en su boca por temor
a no pronunciar el deseo
algún día, algún día.

Palabras que improvisaré para ti.

Lo mismo que se lamenta
al presagiar la confidencia
más triste.
Desorientada en mi lecho,
postergando la secreción de las
llagas, la conjura
nos finge importantes.

No debes volver.
Si el dolor fuera eso.

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Luis Miguel Rabanal
De «A la que falta», Origami 2013