Tres poemas de «No hay valientes en el paraíso», de MJ Romero

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No hay significado exacto para el objeto. Una línea no es solo una línea. La línea y su color. La línea y su grosor. La línea y el vacío sobre el que se sostiene.

La línea suelo sobre la que apoyo mis pies. La línea invisible sobre la que va la vida.

La línea horizonte de la mirada. La línea interior del devenir. Y la línea de tus manos cuando te las abro antes de dormir.

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Jacques juega a cabeza vacía tras los visillos que mueve el viento
jacques me mira y no lo veo
jacques huye del vuelo de las moscas y apaga las luces
debajo de la silla el cadáver de un insecto
los dedos pinzas aprisionan el cuerpo y lo rompen
ver a jacques recogiendo insectos aumenta la inquietud

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Ella llegó para quedarse
y llenó el cauce manantial de la voz antes de haberte escuchado
ella llegó para quejarse en sonido de relumbres
adiós a las perpendiculares que trazaban los vestigios
adiós a los tratados de superficies óseas
sin embargo yo no soy la extranjera del espacio vacío.

*

MJ Romero, No hay valientes en el paraíso, Ediciones Tigres de papel, Col. poeNOmas, Madrid 2024. Prólogo de Ana Martín Puigpelat.

Tres poemas de «La donna del claqué», de MJ Romero

Desde la última alambrada donde creí verte morir

Cuando me hablas de mí
nunca acaba la sucesión de sonidos tan largamente pensados
nunca los hombres saben excepto las tonalidades de su propio yo
sombra de su sombra
por eso destruyo abril en olor de cedro
o en campos de cerezos sin flor

y no respondo del poema
no busco solo en su sonoridad
el ritmo cadente o ascendente del verso
ni siquiera busco en la palabra
espina
alambrada
ortigas o precipicios
busco que la voz se encuentre en el borde de la última letra
afásica y distorsionada
antes de darla al aire
como si fuera el último bambú de un río imaginario

no responderé si tras el pronombre no significas mi sombra
de topo u hormiga rastreando raíces y ramas de árboles secos
o de pájaro de taxidermista sobre un cenicero vacío
no responderé si me observo alejada de mi sombra
mientras avanzo sobre esta línea negra trazada sobre blanco.

.

NO quería regresar por aquí
mientras tú atravesabas ese barrio oscuro
e inhóspito donde todo es noche
y más noche
y dulcemente lo atravesabas
dulcemente
amor

de regreso
solo voz
por las calles oscuras
donde yo hacía guardia a corazón abierto
y contenía la respiración
en segundos
clave y sinónimos de alerta.

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REGRESÉ al lugar donde los niños aún no juegan ni se enrocan en metáforas

helena salía del libro y los epítetos eran cascadas de silencio que rompía sobre los renglones negros
madre leía en voz alta para las atentas miradas infantiles

y no recuperé su voz.

*

MJ Romero, «La donna del claqué (o no me nombres)», Eolas Ediciones, Col. Aura, León 2022

Aquí más información:
https://www.eolasediciones.es/catalogo/coleccion-aura/la-donna-del-claque-o-no-me-nombres/

Un fragmento de «Yacimiento», de Óscar Ayala

desde su hermética quietud aprenden a merecer
vernos
respirar
mientras se siguen defendiendo de una vida
luminosa ƺ
esquivan las verdades que han ido amontonándose y fingen trayectorias
medidas evitando detenerse a velar los cadáveres cálidos
que acuden a pudrirse a la lumbre del pasmo o al refugio del grito ƺ
les falta equilibrar la proporción
de sus imprevisibles convulsiones
para colmar al fin el apetito
de sentido ƺ
se sumergen en una combustión
mínima que permite la sublime
transformación del ruido en otra cosa ƺ
y es entonces cuando morir se vuelve incierto y cuando enmudecemos
para que la palabra emerja ƺ
y aun sin atrevernos a aventurar un gesto que sirva de pronóstico
nos gustaría pensar que eso que hemos
visto
pasar
f u g a z m e n t e
siguiendo con la lengua
fuera su estela
era la realidad

*

Óscar Ayala, «Yacimiento», Huerga y Fierro Editores, Col. La rama dorada, Madrid 2021

Un poema de «Tiempo de amor y mar», de Francisco Álvarez Velasco

LA VIOLENCIA DE LAS HORAS
(Al modo de César Vallejo)

Murió el abuelo Manuel, que tenía un pozo de aguas vivas
con truchas, adonde yo tiraba las migas que caían de la hogaza.
Murió el mastín León, que me dejaba cabalgarlo.
Murió la abuela Magdalena, que, en los atardeceres,
buscaba huevos tibios para mi merienda.
Murió el maestro don Evelio,
que tosía mucho a pesar de su brasero.
Murió el abuelo Félix,
que me enseñó a seguir el rastro de las liebres
por la nieve.
Murió abuela Josefa, que me pedía que le enhebrase las agujas.
Murió la perra Lola, que se echaba a mis pies cuando yo comía.
Murió mi burro, que nunca tuvo nombre.
Murió el mirlo aquel que robé de un nido y que comía lombrices en mi mano.
Murió la estraperlista
(no recuerdo su nombre)
que bajaba del monte con su mula
y unas grandes alforjas
y una navaja ancha atada a la cintura
y me daba siempre una almendra garrapiñada.

Se secó la Fuente de la Seda, donde yo buscaba los cabellos verdes de una náyade.
Murió mi padre, solo, sin saber que moría.
Poco a poco, murió madre.
Murió Agustín porque decidió morir.
Murió, por San Juan, Cecilio, que pintaba desnudo
mientras sonaba la música de Juan Sebastián Bach.
Murió tío Manuel, que siempre fue muy fiel a sus ideas.
Murieron mis hermanos, así tan de repente o poco a poco.

Muere mi tiempo fugitivo y estoy velándolo.

*

Francisco Álvarez Velasco, «Tiempo de amor y mar», Eolas Ediciones, Col. Leteo/Azul de Metileno, León 2021

Dos poemas de «Aire de lugar y gente», de José Carlos Díaz

ABANDONO

Suañó que los caminos ermos abríen al pasu de la xente
que volvía con cantares na boca y palabres perdíes
cuantayá pela xamasca.
Xuan Bello

La hierba ha ido borrando
el sendero que subía hasta la casa.

Ya no se espera la vuelta de nadie.
Está cerrada la cancilla.
No ladra el perro
ni el estiércol fermenta en los establos.
Muros adentro
ni tan siquiera las sombras
se hablan entre sí.

Detrás de las ventanas sin cristales
aguardan en vano
como viejos de un asilo
a que alguien se acerque por piedad
a cerrarles los ojos.

Pero la hierba ha ido borrando
el sendero que subía hasta la casa.

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LA HERIDA

Però una ferida també es un lloc on viure.
Joan Margarit

Viviremos por un tiempo en la herida
como en una calle estrecha y mal iluminada,
como en los éxodos avergonzados
de cuantos cruzan sin papeles
las fronteras del mar o de la noche.

Qué difícil es imaginar la indulgencia
en el recelo de quien se oculta,
de quien incurre en la esperanza
igual que si pecase
—a solas y en lo oscuro—,
de quien sospecha aun así
que sólo ella podría envenenarnos
poco a poco la sangre
de un olvido tenaz y suficiente.

*

José Carlos Díaz, «Aire de lugar y gente», Ediciones Trea, Col. Poesía, Gijón 2021

Dos poemas de «De lo terrible», de Ana Martínez Castillo

 

Treinta y tres

Seremos viejos, pero antes habremos de aspirar la luz, retener la luz entre los dientes y llamar a la muerte hembra encinta de puertas, loca ebria que aplasta las moscas.
Tendremos que afearle a la muerte sus gestos tan urgentes, y enloquecer, enloquecer muy despacio al alba, sabiendo que moriremos un día u otro, pero que antes –antes– tendremos que ser animales de luz herética y pagar el atrevimiento caro; y después ser viejos ya, y angulosos, condescendientes ancianos hechos de cáñamo, encogidos, sibilantes ancianos que atesoran las cenizas que sobraron.

 

Veintiséis

Y nos arropábamos en los rincones de las ciudades viejas, y éramos felices.
Y caían al suelo nuestras ropas, y caían de los árboles muchachos, y soñábamos así, con los ojos oscuramente abiertos, soñábamos así con la gran música, la gran música que no hace preguntas, que es coágulo, raíz o vena.
Y estaba ahí anudada, y estaba en los húmedos tejados de Morar, estaba y sabíamos que el paisaje germina de un racimo de ojos, que danzan las viejas en las esquinas, que jamás íbamos a ensayar la incertidumbre, ni el simulacro de saberse cansados de la vida.

*

Ana Martínez Castillo, «De lo terrible», Chamán Ediciones, Col. Chamán ante el fuego, Albacete 2020

Dos poemas de «Todos los febreros cada dieciocho», de Fer Gutiérrez

 

34.
He salido del grito
no cabía más tristeza

ahora habito un vacío
un vacío exacto a tu no sombra

 

44.
¿Cómo explicar la muerte?

Nada que ver con lo que me habían dicho
mucho menos con todo lo leído

igual debería comenzar contando
que desde la calle
no se ve la ventana de tu habitación

 

*

Fer Gutiérrez, «Todos los febreros cada dieciocho», La Garúa poesía, Barcelona 2020

Dos poemas de «Lo que dejamos fuera», de Regina Salcedo

 

Piensa en una fotografía de tu infancia
y ahora escarba una madriguera de polvo,
oscuridad
y tiempo.
Abandónala allí
y añade tierra,
tierra,
más tierra alrededor,
como estrechando un cerco.

¿Qué crepita en tu pecho?
¿Qué ser pequeño muere?
¿Cómo la llamarás cuando se olvide?

¿Hace ruido una imagen al caer rodeada de espectros?

 

 

Todo es símbolo. Somos como una espuma
que lo rellena todo. Nuestra mirada de agua
necesita adaptarse a un recipiente. No concibe
el mundo sin la forma. El suceso
sin causa y consecuencia.
Las manos martillean,
clavan, ensamblan, trenzan,
lo mismo que los ojos.
Nuestra mente
crece en la analogía,
hace su nido en ella.

*

Regina Salcedo, «Lo que dejamos fuera», Huerga y Fierro Editores, Col. Rayo azul, Madrid 2020.

Dos poemas de «Vena Amoris», de Rafael Saravia

 

X

Hay normalidad en esta distancia humana
que acaba con todo lo que no es amor y su frío.

Ella se mueve en mi verdad
con toda la tranquilidad del mundo.
Ella es belleza y excepción;
suena a siempre y a buen gusto.

Ella siempre es.
Mitades de dos uvas rubias.
Mirada sin retorno.
Apetito nuclear y marino en tiempo de hambres mayores.

 

 

Cuando mi revolución me pierde, convoca mi decadencia con una canción de Johnny Cash o Silvio Rodríguez. A veces simplemente me empuja hacia el verde asalvajado de mi huerto y me muestra una pequeña plaga de orugas de la berza como ejército de la verdad más indeseablemente bella. Yo entiendo lo indómito de la capacidad de estar vivo y vuelvo a buscar amantes ajenas a mi revolución.

 

*

Rafael Saravia, «Vena Amoris. Cafuné & Revolución», Eolas Ediciones, Col. Seinne, León 2020. Ilustraciones de Enma S. Varela.

Un poema de «Hallar la vía», de Noelia Palacio Incera

 

ACÉRCAME

Acércame un vaso de agua.

Ya ningún suero hidrata
ningún antibiótico revive,
se bloquea la sonda.
Nada fluye.
Ni la palabra líquida
se solidifica en esta ansia de tiempo.

Acércame un vaso de agua.
Aunque no se me permita ni un trago,
tu mano sostiene el cristal
en que me miro.

Ya no estoy.
Te escucho cristalizarte.

Acércame un vaso de agua.
Porque mi falsa sed es grito
y no me oyes.

*

Noelia Palacio Incera, «Hallar la vía», Diputación Provincial, Soria 2020. Premio Gerardo Diego 2019.

Dos poemas de «Museo de la intemperie», de Javier Gil Martín

 

LAMENTO DEL SAPO POR STANLEY HOOK

juan gelman escribió un poema sobre el sapo de stanley hook,
un sapo íntimo mortal y moral y coral.
stanley hook dejó solo a su sapo,
voló, se voló de melody spring
y, así, el sapo se quedó solo.
melody spring no lloró la muerte de stanley hook;
el sapo sí, lloró y lloró
sobre la tierra, húmeda de llanto, de su mano
y recordó: “no hacía tanto stanley hook me amaba,
oh pedazo esmeralda, decía el lindo stanley”.
melody spring, un jueves de noche y el hondo lamento
de un sapo caballito cantor de la humedad
que volvió a tener miedo a la lluvia.

 

 

[Cuántas cosas descubres cada día…]

Cuántas cosas descubres cada día.
Cómo asomarnos con tus ojos limpios
a este mundo cargado de pesares,
cómo asomarse y no ensuciarlo todo
de prejuicios, esquemas y miserias,
cómo lo haremos sin que tú nos digas
qué vereda tomar, por qué camino,
y no nosotros los que te digamos:
“Por aquí sí, por aquí no, come despacio,
intenta no ensuciar tu camiseta,
cierra la puerta, lávate los dientes…”.

*

Javier Gil Martín, «Museo de la intemperie», Ejemplar único, Col. Poética y peatonal 80, Valencia 2020. Prólogo de Viviana Paletta. Edición y pinturas de Gabriel Viñals.

Dos poemas de «Placeres y mentiras», de Mercedes Escolano

 

MALETA CON PAPELES

En medio del desorden de mi vida
los poemas han ido cruzando como trenes.
Hoy solo queda el absurdo
de una estación vacía, el recuerdo de
breves pero intensos viajes.
He recorrido muchos andenes
en busca de un poema
que logre emocionarme y me seduzca,
un cruce de pasión e inteligencia.
No en vano han pasado los años.
No en vano han pasado los trenes.

 

PLACERES

Entre los placeres de la piel
y los placeres de la inteligencia
¡cuántas veces he tomado el camino equivocado!
Lucidez, fervor, excitación: eran los síntomas.
Poco importa, a fin de cuentas,
acertar o equivocarse
si, pasado el tiempo,
no valoramos tanto las acciones mismas
como la introspección que provocaron.
Placeres refinados, ¿qué sabéis de mí?
Perversas meditaciones, ¿adónde
pretendéis llevarme?
Mientras mi mano izquierda explora lenta
el pecho izquierdo, la derecha
procura dar caza a palabras fugitivas,
enfilando el galgo tras la liebre.
Finalmente, aparecen sobre el papel
redondas, sensuales
palabras con forma de areola.

*

Mercedes Escolano, «Placeres y mentiras», Huerga y Fierro Editores, Col. Rayo azul, Madrid 2019. Prólogo de Juan García Larrondo.

Dos poemas de «Laberintos», de MJ Romero

 

III

Cuando no hay nada peor que los lugares comunes.
Sobrescribir los lugares sombríos ocultos por las piedras.

Lugares historia. Sombras historia. Restos de la ciudad amurallada. Ningún arpón ni espada. Sombras de manos y huellas invisibles. Hombres atravesando las murallas de la ciudad hacia el poniente. Navegar hacia otros navegantes. Poco o nada sabemos de sus mujeres.

Musgo hacia el norte.

 

Decimosexto laberinto

Dentro de nada se cerrará una puerta y dejará un portazo como eco. No está sobre los hombros, casa tejado, ni dentro del esternón refugiándose de las inclemencias y combatiéndome con el tiempo de sus habitantes y sus huecos. Casa tejado de ausencias. Casa raíz ahora bajo mis pies. Me ha trasladado el dolor hacia el pie derecho. La casa sabe que la estoy pisoteando y se duele en mi pie.

*

MJ Romero, «Laberintos», Eolas ediciones, Col. Aura, León 2018

«Poemas de la bancarrota y otros poemas», de Javier Gil Martín

 

LOS POEMAS DE LA MORGUE

I

Dedicado a lo que no se ve y será,
a las semillas o las palomitas,
caminé entre arados los días todos de mi vida.
Seminal en la tierra, quise llegar al cielo
de un salto.

Dando al hombre material de cosecha,
yo creía hacer crecer lo que estaba matando
y he venido a parar aquí,
aplastada la cara contra el suelo.

 

II

El mito de la mujer esperando
incansablemente,
sintiendo la espera como algo más que un ritual de la vida,
como la vida misma,
tiene poco que ver con roles asumidos
y sí con la naturaleza intrínseca del hombre.

El hombre hilando, tejiendo incansablemente,
acumulando puntadas,
metros de hilo y horas,
haciendo un inmenso tapiz
definiría perfectamente mi labor.

Durante años y años me dediqué
a la espera y la contemplación.
Mi afición era camuflarme,
ladrillo en la ciudad,
matorral en la selva,
para poder esperar pacientemente,
incansablemente.

Nunca supe bien qué esperaba,
de quién, cuándo, cómo, por qué,
por quién seguir siempre en mi sitio.

Solo podía esperar.

Nunca supe cuándo, cómo, por qué
aparecí de pronto en esta morgue.

A todos, hasta a los muy pacientes,
nos llega la hora,
pero los ladrillos, los matorrales
y los tapices, de alguna manera,
nunca mueren

 

III

…un cisne muerto por la gripe aviar entre
las aguas heladas del río Drava, en Maribor.
Leído en prensa

Mala temporada, ha muerto un cisne,
se ha suicidado un cisne en Maribor.
Cogí la gripe como quien coge un arma
y ya no tuve miedo de la muerte
aviar. Han puesto sus almas en manos
de doctores de la iglesia, ¡que Dios
nos coja confesados!, y se han dejado ir
miles de aves
por todo el mundo.

*

Javier Gil Martín, «Poemas de la bancarrota y otros poemas», Ediciones Espacio Hudson, Chubut, Argentina 2018. Prólogo de Carlos Piera.

Un poema de «Manual para suicidas», de Salvador Negro

 

Eres el argumento de quien ya te ha olvidado
y te recuerda a su pesar, la borrosa criatura que veneran
los que no saben del suplicio.
Es esta tu mecánica: respirar muy despacio el dolor
hasta que el pensamiento cuaje en una sombra
que puedas atrapar con el silencio,
—luego te sobresalta un nombre y todo está perdido,
crece la escarcha hasta borrar de nuevo de tus ojos
el indicio de la serenidad,
la cima cálida del frío—,
amar sin que note la distancia que corrige los besos,
proferir melodías para que el tiempo adorne
su paso tan absurdo, no poner condiciones al dolor
innecesario que por algún motivo
no se va nunca en demasía.

*

Salvador Negro, «Manual para suicidas», Monográfico de la revista ABRIL, núm. 54, Luxemburgo 2017. Frontispicio de Antonio Gamoneda.