LA VIOLENCIA DE LAS HORAS
(Al modo de César Vallejo)

Murió el abuelo Manuel, que tenía un pozo de aguas vivas
con truchas, adonde yo tiraba las migas que caían de la hogaza.
Murió el mastín León, que me dejaba cabalgarlo.
Murió la abuela Magdalena, que, en los atardeceres,
buscaba huevos tibios para mi merienda.
Murió el maestro don Evelio,
que tosía mucho a pesar de su brasero.
Murió el abuelo Félix,
que me enseñó a seguir el rastro de las liebres
por la nieve.
Murió abuela Josefa, que me pedía que le enhebrase las agujas.
Murió la perra Lola, que se echaba a mis pies cuando yo comía.
Murió mi burro, que nunca tuvo nombre.
Murió el mirlo aquel que robé de un nido y que comía lombrices en mi mano.
Murió la estraperlista
(no recuerdo su nombre)
que bajaba del monte con su mula
y unas grandes alforjas
y una navaja ancha atada a la cintura
y me daba siempre una almendra garrapiñada.

Se secó la Fuente de la Seda, donde yo buscaba los cabellos verdes de una náyade.
Murió mi padre, solo, sin saber que moría.
Poco a poco, murió madre.
Murió Agustín porque decidió morir.
Murió, por San Juan, Cecilio, que pintaba desnudo
mientras sonaba la música de Juan Sebastián Bach.
Murió tío Manuel, que siempre fue muy fiel a sus ideas.
Murieron mis hermanos, así tan de repente o poco a poco.

Muere mi tiempo fugitivo y estoy velándolo.

*

Francisco Álvarez Velasco, «Tiempo de amor y mar», Eolas Ediciones, Col. Leteo/Azul de Metileno, León 2021

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