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XX

Sin tardanza comparecía
a dar la lata la soledad,
se apiadaba de ti desde El Pedazo,
se aferraba a tu cuello
y que el mayor sortilegio terminase
en tus venas.
Nada más contiguo al amor
que el cuerpo amoratado
que afanosamente buscaba
tu cuerpo, como un irresponsable.

Déjame decirte, a solas
con nosotros, el último chisme.

A quién se le ocurre prevenir
al vecino inapropiado,
los pezones al aire ansiando
unos labios, toma mis garras
deformes y golpéala con ellas.
Guardar todas las fotos,
recordar que no eras tú.
Recoger la ira y poner a secar
la muda que se mojó
con la tormenta, decirle
que sí a lo que diga.

En La Cañada se amparan
secretos que hoy arrojan
ternura, pájaros disecados
y ungüentos para el sol.
Quién iba a dejarte allí solo
para que te comieran raposas,
si fuiste uno de nosotros,
si tus garrapitos son los mejores,
si llevabas mi nombre
me parece.

Desarreglaba los sentidos la piel,
en tu boca el insulto
y en su vulva amarguras.
Vas a descubrirme, proseguía,
se derrumbarán los tejados
sobre mi desconcierto, se codearán
con mi error.

Si con tu dedo indecente
me señalas la marca.

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Más, aquí.  Gracias, Alfonso.
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