LA CULPA

Si hubiera encontrado la parte de verdad
que corresponde al entusiasmo,
el que subyace en la queja como espada
colmada de herrumbre y con niños abrazados a su furia.
Si cuando menos tuviera para ti un momento
de virtud, eclipsada por la abulia tal vez,
y cuerpos premiosos que ofrecen
su deseo y se arrojan las inmensas toallas
y lagartos muy tiernos.

Presumiblemente el tiempo nos remitiría
papeles donde desprestigiar el embuste, es decir,
este abandonado ámbito en que yaces desde la renuncia
o los árboles secos, esta melodía del adiós que arranca
y termina de una sola dentellada del tigre que más amas.
Casi todo ha sido proferido en tu descrédito.
Y en cambio a tu rostro hoy le abandonan
las sendas del otoño y los lugares saturados de espíritus,
tan magníficos en su connivencia para recordar
tiempos mejores, tan dados a retrasar el porvenir,
o de nada se ha enterado el hombre ceñudo.

No comprendes que el final, el verdadero
final, es un paisaje arrancado de tus ojos,
un niño que te mira y se parece a tu niño, un barco
que en la Ría cumple con su oficio de perseverar
en lo grotesco de la noche.

La culpa la tuvo el chachachá, sin duda.

Quiero pensar que tú lo sabías, por lo menos
esta agitación que producen
el arrepentimiento y la malaria y las mujeres
pretenciosas, pues si no estaría dispuesto a dimitir
de mi privilegiado mirador, mejor me callo,
tú me conoces.

*

Gracias, Angelina. https://elordenolvidadodelaspalabras.blogspot.com/2020/07/la-culpa.html

Un comentario en “Que llueva siempre en El orden olvidado de las palabras 2

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