RECUENTO DE MORDAZAS

Los labios partidos por alguien que aspiraba
a ser urgentemente campeón de esgrima,
la sangre preciosa de las mujeres cuando erraban
su camino y de tanto sollozar las presuponíamos sucias.
Las palabras sensatas de quien más te quería
y con bastante aprensión te golpeaba lo imprescindible
solo, tú qué sabes de aquel desbarajuste,
atontado.

Las veces que perdimos el tiempo arañando proyectos
descabellados y posibles, subir a la luna en un cerrar
de ojos y allí quedarnos tan campantes, invadir países
con muy poco esfuerzo, aprobarlas todas.

En ocasiones se encuentra la realidad sobre una mesa
soñando que se sueña no sin cierta argumentación,
los párpados abiertos y ardiendo las axilas, muchachos
de vuelta de la fiesta inenarrable de Oterico,
y tú, como si nada, atento únicamente a tus visiones.

Los miembros del cuerpo postergados a servir de estorbo
si un día nos llegase el temblor de guarecer
dentro de su boca gusanos.
El amor, ese tormento que no viene más.
Las enormes azadas con que escarban el suelo
cerca de nuestra casa cada invierno y, de noche,
se escuchan linternas, o son niñas de vientre hendido
por un grandioso rayo escarlata.

Las grietas profundas de las cosas, si acaso.

*

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