(Leo del Mar, líder indiscutible de Espirador ecléctico, ha tenido la ocurrencia de reproducir del viejo Elogio del proxeneta la entrada «7 de noviembre», junto con un textículo de La última vez, más alguna que otra palabrita… Aquí queda calcado todo para ti, o casi. Gracias, Leo.)
domingo 8 de febrero de 2009
Elogio del proxeneta
7 de noviembre
Ahora las apodan golondrinas. Muchachas provenientes de aldeas misteriosas que se afanarán en refocilar al españolito de a pie. Lo que ocurre es que proceden de lo negro y en este país lo tienen más oscuro aún. Las desdichadas. Engañadas y de tez blanquísima practican el sexo en ruso y eslovaco… Nunca ven el sol, como yo mismo, las han atrapado por sorpresa el infortunio, el camión de los repartos y la desesperanza, más inequívocos garañones nacionales que dan vahídos. No muevo estas fichas. Hoy por hoy mi Casa de señoritas es un honrado establecimiento. Nada digo del ayer, tan dados todos a hacer cuanto malamente se podía. En el presente los argumentos han cambiado, la libertad es un halago preciosísimo, y pretendo trabajos legales y soberbios. Tranquilidad, seguir en lo posible al pie de la letra la norma apalabrada: diversión y desvarío, sí, así como racionalidad y buenos modos. Allá cada cual con su profesión de cuidador de las descarriadas jóvenes. No fui así al principio, ya se manifestó en estas páginas, y no me arrepiento de los cuerpos robados afanosamente al otro, que no era, por lo demás, mi mejor amigo. Mujeres hubo dispuestas, por mero gustirrinín acaso, a insinuarse a un colosal instrumento de acople; por qué no aunar esfuerzos y extraer de esa energía, un chocho loco, casi una carne abandonada a la intemperie, algún tipo de alto beneficio. Aquellos años se rebasaron finalmente y muy deprisa. Y ya me juzgo inepto, y en ocasiones sufro, de proseguir con mi idea de lo que ha de ser una cordial y maravillosa residencia de lenocinio.
(¿No nos dan ganas de dejar de escribir?)
Llamo POETA a Luis Miguel Rabanal cada cierto tiempo por esta red de redes. No es que tenga ascendente sobre él ni mucho menos, le sobran los motivos. Es por y para mí. Me sirve para recordar, algo así no obstante no se traspapela entre menudencias desentrañadas o no, qué es ser poeta.
El poeta se define por su escritura, claro. En esta definición para nada influyen circunstancias vitales, posturas-imposturas o compañías, e ignorar formatos puede incluirse a gusto propio en cada una de las razones previas, que también quede dicho.
El tal no se guía por otra estrella que no sea belleza y anverso, en la cual cabe, dentro de las innumerables semicircunferencias que la conectan, todo aquello que sea necesario, siendo consciente que no hay diámetro que valga en esta figura. Pero no de un necesario sin más, como el alimento o la evacuación, más bien resulta de un necesario como la luz en la noche o el crujir de nuestras raíces en tierra firme. Palabra de abogado de secano.
Luis Miguel Rabanal es POETA, no sé si lo he dicho antes.
Esto que sigue también es suyo y de, lo recuerdo muy bien y casi de memoria, «La última vez», publicado por Ajimez Libros en 2000 (él, a veces, mira la mar):
I
Mirar el mar con los ojos de mi hijo.
Esperar en cualquier momento el perfecto desvanecerse de las cosas y permanecer aquí sentado mientras la vida se consume entre las uñas y con exagerada sorna nos va marcando la hora en el reloj diminuto y fosco la tarde.
Dejarse de bobadas.
Algún día nos costará muy caro este tiempo oscuro que hemos dejado acontecer escribiendo palabras, palabras y palabras.
Aunque, tal vez, sea así mejor: desocuparse de todas las ruinas habidas y por haber y anotar en el negro cuaderno lo que de veras importa.
Mirar el mar con los ojos encrespados de mi hijo.
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